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hecha a don Bosco en el Oratorio. De vuelta a su
sede, el buen Prelado envió una limosna de
quinientos francos, en su nueva condición de
cooperador salesiano y en agradecimiento a la
hospitalidad que se le había dispensado. Decía:
<>.
Las cartas del obispo revelan un corazón de oro
y un celo verdaderamente pastoral: pero debió
comprender que, en las condiciones expuestas, la
obra no ofrecía probabilidad de éxito.
Turín vio llegar aquel mismo día, desde el
norte de Francia, una peregrinación de
Asociaciones Obreras Católicas, conducida por el
célebre León Harmel y que se dirigía a Roma para
el jubileo sacerdotal de León XIII. Se componía de
novecientas cincuenta y tres personas, entre las
que había unos cincuenta sacerdotes. La devota
comitiva viajaba en dos trenes. El primero entró
en la estación de Puerta Nueva a las cinco y
media de la tarde y poco después ((**It18.460**)) el
segundo. Don Bosco envió algunos Salesianos
franceses a saludar al jefe de la expedición y
decirle que sentía mucho no poder dar a sus
peregrinos hospedaje, que hubiera sido para él un
honor y una satisfacción; pero que eran muchos y
el Oratorio no tenía locales suficientes. Sin
embargo, deseando mostrar lo mucho que les
apreciaba, iría hasta ellos para celebrar en su
compañía la piedad filial que los llevaba a los
pies del Romano Pontífice y para augurarles un
feliz viaje. Harmel agradeció la propuesta e
indicó la hora más conveniente.
Los peregrinos se concentraron para la comida
en el restaurante Sogno, situado en el magnífico
parque del Valentino. Hacia las siete, llegó allí
don Bosco, acompañado por don Miguel Rúa. Los
franceses le rodearon en seguida con un cariñoso
interés, que le conmovió. León Harmel y el
asistente eclesiástico de la Sociedad de San
Vicente pusiéronse a su lado y le ayudaron a
caminar. Paróse él ante la puerta del restaurante
y sentóse. Cuando todos los obreros, dentro y
fuera, se encontraron reunidos en su derredor, los
bendijo. Hubiera querido dirigirles la palabra;
pero no tenía voz para hacerse oír, ni siquiera
por los más próximos. Invitó, pues, a don Miguel
Rúa a que hablara en su nombre. Este estuvo muy
afortunado en su breve discurso 1. Terminada su
alocución, fueron pasando todos los peregrinos por
delante de don Bosco para besarle la mano. Y
recibían de rodillas una medalla
1 Véase el Boletín francés de noviembre de
1887.
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