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CAPITULO XXI
LOS ULTIMOS RESPLANDORES DEL
CREPUSCULO
NOS encontramos en los últimos cuatro meses de la
atormentada existencia de don Bosco. Octubre,
noviembre y dos tercios de diciembre los pasó
fuera del lecho. Se requería, sin embargo, toda su
fuerza de voluntad para mantenerse en pie y
ocuparse en algo. Siguió celebrando diariamente,
mientras pudo, la santa misa, en su capillita
privada, asistido siempre por algún sacerdote.
Durante el día concedía audiencias, sin levantarse
nunca de su asiento; y, al atardecer, confesaba
dos veces por semana a los alumnos de las clases
superiores y, diariamente, a los hermanos de la
Casa que acudían a él con este fin. Una vez,
hablando con don Joaquín Berto de cosas que se
referían al bien de los muchachos del Oratorio, le
dijo:
-Mientras me quede un hilillo de vida, lo
dedicaré a su bien y provecho espiritual y
temporal.
El mismo don Joaquín Berto, que acostumbraba a
confesarse con él, cuando le vio tan abatido y con
una respiración muy afanosa, manifestóle la
intención de no ir más para no causarle demasiado
cansancio, y satisfecho de prolongar así su vida,
aunque no fuera más que por un instante. Don Bosco
le respondió:
-No, no, ven; necesito hablarte. Quiero que sea
para ti la última palabra que yo pueda decir.
Cada vez le costaba más hablar y respirar. Sin
embargo, recibía a toda suerte de personas con su
habitual calma y serenidad. A veces, no
encontrándose en situación de seguir la
conversación, distraía a los visitantes con
graciosas preguntas.
((**It18.458**))
->>Sabría usted decirme dónde hay una fábrica de
fuelles?
Ellos, extrañados, preguntaban si necesitaba
reparar algún órgano o armonio.
-Sí, respondía, tengo aquí el órgano del pecho,
que no quiere funcionar: necesitaría cambiar los
fuelles. Perdone si no puedo hablar tan fuerte y
expeditamente como debería hacerlo.
(**Es18.397**))
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