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Después de la comida, recayó la conversación
sobre la importancia y la eficacia de la comunión
frecuente para la enmienda de la vida, sobre todo
en los jóvenes, y para su orientación hacia la
perfección. Don Bosco, dirigiéndose al Obispo,
exclamó de pronto:
-íAhí está el secreto!
Pronunció estas palabras con voz débil, pero
con tal acento de fe y de amor que le conmovió
vivamente, como después se lo contó también a don
Miguel Rúa.
El Obispo se marchó del Oratorio, llevando en
el corazón la consoladora seguridad de que las
muchas oraciones no habían sido inútiles; pero
ignoraba, como también lo ignoraron los Superiores
en un primer momento, por qué don Bosco había
cambiado de parecer de la noche a la mañana.
Solamente Viglietti y, después, monseñor Cagliero
estaban en el secreto. El día de la Inmaculada fue
don Carlos Viglietti a la habitación de don Bosco
para leerle algo del periódico Unit… Cattolica y
oyó que le decía:
-Toma pluma, tintero y papel y escribe lo que
te voy a dictar: <((**It18.439**)) día de
la Inmaculada Concepción de María, 1887>>. Y aquí
hizo punto final. Mientras dictaba, lloraba y
sollozaba; la emoción le embargó también después.
Cuando le vio sereno, don Carlos Viglietti tomó
de nuevo el periódico, pero, al comenzar a leerle
un artículo sobre los Misioneros, recién salidos
para el Ecuador, no pudo continuar, porque como
allí se hablaba de la protección que María
Auxiliadora prestaba a los Salesianos, el llanto
anonadó a don Bosco y le sofocaban las lágrimas.
En su diario hace esta observación: <>.
En aquel momento, entró monseñor Cagliero. Don
Bosco indicó a Viglietti que le leyera las
palabras del cielo. Monseñor, maravillado,
enmudeció por unos instantes y después dijo:
-También yo me oponía ayer, pero ahora ha
llegado el decreto. íNo hay más que hablar!
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