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Persuadido, por tanto, de que pongo a mis hijos
en buenas manos, los cuales ((**It18.431**))
siempre encontrarán en V. E. un padre y un
protector en todas sus necesidades, agradezco de
antemano y muy sinceramente su bondad; e,
implorando su pastoral bendición para ellos y para
mí, me profeso con veneración,
Turín, 6 de octubre de 1887.
Atento y seguro servidor,
JUAN BOSCO, Pbro.
P. D. Nuestros Misioneros llevan también una
carta para el Presidente de la República, en la
que los recomiendo a su protección y caridad,
añadiéndole que estamos dispuestos a pagar todos
los gastos que excedieren los límites fijados por
su caridad. Si V. E. lo desea, puede leer dicha
carta para su norma.
Cuando los hijos e hijas de don Bosco llegaron
a ser un número suficiente en el Ecuador, se
dedicaron también a las verdaderas Misiones, en el
Vicariato Apostólico de Méndez y Gualaquiza,
creado para ellos en 1893.
El Arzobispo, vivamente conmovido al leer la
carta de humilde recomendación de don Bosco, le
respondió: <> 1.
Pero los ojos mortales del Santo ya no leyeron
estas líneas. Los misioneros, después de cincuenta
días de viaje, llegaban a Quito el 28 de enero de
1888, vigilia de san Francisco de Sales. Don Luis
Calcagno telegrafió a don Bosco la feliz llegada.
El telegrama se lo leyeron en la mañana del
treinta. El comprendió y dio su bendición. Fue la
última que enviaba a sus hijos del otro lado de
los mares.
1 Ap., Doc. núm. 83.
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