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comprobar, la firma auténtica de don Bosco y que
dan a entender la existencia de un activo
movimiento de cooperación 1.
La fama del Siervo de Dios llenaba entonces la
República por un hecho que se consideraba
prodigioso y, antes del cual, nunca se habían
tenido allí noticias de su persona y de sus obras.
El Provincial de los Franciscanos de Lima, durante
su viaje a través del Océano, entretenía el tiempo
leyendo un libro que narraba la vida de don Bosco;
podemos creer que fuera el Don Bosco y su Obra.
Don Bosco era para él un personaje desconocido.
Pero he aquí que se levantó de pronto el viento
huracanado y se desencadenó una fuerte borrasca;
la nave, a merced de las olas, era sacudida con
tal violencia que parecía inminente el naufragio;
el capitán del buque declaró después que había
perdido toda esperanza. El buen religioso, en
medio de la tempestad, se puso en pie ante los
pasajeros, les invitó a arrodillarse como pudieran
y pidió a la Santísima Virgen que, en atención a
su siervo don Bosco, los salvase de la catástrofe;
y prometía con voto que, si se salvaban, haría
imprimir millares de ejemplares de aquel librito y
lo difundiría ampliamente entre su gente. Apenas
formulado el voto, amainó la tempestad, sobrevino
la bonanza y la nave pudo llegar felizmente al
puerto de destino. El franciscano no olvidó su
promesa, sino que encargó una edición económica
del libro y envió ejemplares del mismo por todo
Perú, a obispos y sacerdotes, a ricos y pobres, a
quienes lo querían o no, ((**It18.423**)) de
modo que la vida de don Bosco llegó a ser el tema
de todas las conversaciones e hizo que naciera en
muchos lugares el deseo de ver extenderse por el
país los beneficios de sus instituciones. El mismo
Provincial fue quien contó el hecho a don Evasio
Rabagliati, quien se hospedó en su convento el año
1890.
Algo semejante ocurrió en Colombia. Aquella
señora de Bogotá que, el año 1883, había visto en
París el milagro del muchacho moribundo a quien
don Bosco invitó a ayudarle a misa 2, no cesaba de
escribir a sus parientes y conocidos colombianos,
ponderando la santidad del sacerdote taumaturgo
italiano y sus grandes benemerencias en la
educación de la juventud. Poco a poco llegaron a
interesarse hasta los miembros del Gobierno. Lo
que más llamaba la atención era lo de sus escuelas
profesionales de artes y oficios, de las que tanta
necesidad se sentía allí pero que no se sabía cómo
implantarlas. Del dicho se llegó al hecho. Recibió
don Bosco una carta el 1.° de noviembre de 1886,
procedente de Roma y que le enviaba el señor
Joaquín
1 Ap., Doc. núm. 79 A-B.
2 Véase vol. XVI, págs. 193-194.
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