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VENEZUELA, PERU Y COLOMBIA
La primera casa que se fundó en Venezuela fue
en Caracas, capital de la República, siete años
después de la muerte de don Bosco; pero se estaba
preparando el terreno desde 1886. Aquel año, en
efecto, visitó a don Bosco, en el Oratorio, el
obispo monseñor Críspulo Uzcátegui, y le hizo ver
las necesidades de su pobre diócesis. Era el alma
de todas las gestiones el sacerdote Ricardo
Arteaga, que comenzó a multiplicar los
Cooperadores Salesianos y, después, una vez muerto
el Santo, perseveravit pulsans (continuó
insistiendo), hasta que el sucesor atendió sus
ardientes deseos. Poseemos copia de tres cartas,
fechadas en 1887, dirigidas a él y firmadas por
don Bosco; el tema principal de las mismas es la
organización de los Cooperadores locales, de los
que don Bosco le nombró director 1. El celoso
sacerdote, incansable en la búsqueda de
Cooperadores, llegó a inscribir más de
seiscientos. Esta preambientación explica el gran
incremento que la Obra Salesiana adquirió en breve
tiempo en Venezuela, donde la Congregación tiene
hoy también a su cargo la misión del Alto Orinoco.
La obra Salesiana comenzó en Perú cuando hacía
tres años que había muerto el Fundador; se
abrieron entonces las escuelas de Santa Rosa en
Lima. Pero ya, el 23 de junio de 1886, había
recibido don Bosco la visita del Presidente de la
República, acompañado de su hijo. Parecía estar
bastante al corriente de nuestras cosas y mostraba
una fervorosa simpatía por ellas. Don Carlos
Viglietti le acompañó rápidamente por las
dependencias del Oratorio, ya que llevaba mucha
prisa. Al despedirse, manifestó su deseo de volver
de nuevo. En la conversación que sostuvo con don
Bosco, le pidió afectuosamente que abriera una
casa en la capital de la República.
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Resulta interesante descubrir cómo prosperase tan
rápidamente la Pía Unión de los Cooperadores en
regiones tan distantes de los centros de actividad
salesiana. El mérito de la difusión inicial debe
atribuirse en gran parte al Boletín Salesiano en
español 2. La propaganda se mantenía y aumentaba
después a través de la correspondencia con Turín,
desde donde se enviaban los diplomas y, con ellos,
opúsculos, estampas, medallas y otras
comunicaciones aptas para dar a conocer la Obra.
Tenemos dos cartas de 1887, respecto a Lima,
dirigidas a un tal señor José Jiménez, que llevan,
como hemos podido
1 Ap., Doc. 78, A-B-C.
2 Véase, anteriormente, pág. 338, n. 3.
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