((**Es18.365**)
-Vemos que está usted cansado y no puede
hablar. Nosotros vamos a Roma. Diremos al Padre
Santo que rece por usted, que es tan necesario
para su Congregación y para la Iglesia. La
plegaria del Papa será omnipotente.
((**It18.419**)) -Ay,
no, señores míos, respondió don Bosco, no se rece
para que yo pueda sanar. Pídase la gracia de que
pueda tener una buena muerte, porque así iré al
Paraíso y, desde allí, podré ayudar mucho mejor a
mis hijos y trabajar para la mayor gloria de Dios
y la salvación de las almas.
Uno de los tres, el periodista Barros, padecía
de una artritis dolorosa que le atormentaba
especialmente las manos, tanto que, apenas
escribía una cuartilla, debía suspender el
trabajo, porque se le quedaban paralizados los
dedos y el brazo. Iba con la esperanza de que don
Bosco lo curase. El Santo le tomó las manos entre
las suyas y, después de estrechárselas por un
largo espacio de tiempo, le dijo:
-Usted está curado, pero sentirá siempre algún
dolorcillo para que se acuerde de la gracia que le
ha hecho la Virgen.
Cuando aquél se retiró a su habitación, quiso
hacer la prueba de la curación de su mano,
escribiendo en seguida a su esposa, y pudo
redactar una larga carta de veinticuatro páginas.
Desde entonces, nunca más ha tenido la mano
inservible.
Nuestros huéspedes chilenos quedáronse
estupefactos, al encontrar, como novicio
salesiano, a un paisano suyo, muy conocido en todo
Chile por sus publicaciones sobre temas
religiosos, por el rango de su familia y por su
celo sacerdotal: nos referimos a don Camilo
Ortúzar, de Santiago. Había venido a Europa con
intención de ingresar en el noviciado de los
Jesuitas, pero, después de hablar con su madre,
que vivía en París, siguió su consejo de ir antes
a consultar con don Bosco. Apenas el Santo oyó sus
primeras palabras, le cortó preguntándole a quema
ropa:
->>Y por qué no se hace salesiano?
-La verdad es que nunca he pensado en ello,
respondió.
->>Desea usted trabajar, no es cierto? Pues
bien, aquí encontrará pan, trabajo y paraíso.
En aquel momento la campana de la iglesia de
María Auxiliadora daba la hora del ángelus del
medio día. Don Bosco lo rezó con él y, después, lo
invitó a comer. En la mesa quiso que se sentara a
su lado. Don Camilo, que no había dado importancia
a las palabras oídas ((**It18.420**)) poco
antes, volvía, de vez en cuando, a su tema de los
Jesuitas y del noviciado, pero don Bosco le
susurraba siempre el mismo estribillo:
(**Es18.365**))
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