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pobres criaturas perseguidas, designaban a su
providencial apóstol.
Poco tiempo antes de cerrar los ojos a la luz
de este mundo, nuestro buen Padre tuvo la
satisfacción de ver la primera flor de aquellas
tierras lejanas y sin civilizar, objeto de sus
sueños y de sus solicitudes. Monseñor Fagnano en
su primera exploración había recogido una niña
huérfana ona, de unos ocho años, cuyos padres
habían sido pasados por las armas poco antes. Se
la llevó consigo a Patagones y quería recomendarla
al señor Lista, para que la colocase en un centro
de educación en Buenos Aires. Pero la chiquita,
cuando llegó el momento de separarse, se agarró a
la sotana de Monseñor, llorando desesperadamente y
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suplicándole que no la abandonara en manos de
aquellos hombres malos, que habían matado a su
padre y a su madre. El jefe de la expedición le
rogó entonces que la tuviera consigo. El se la
confió a las Hijas de María Auxiliadora, las
cuales la prepararon para el bautismo. Y cuando
monseñor Cagliero fue a Italia, en diciembre de
1887, la llevó a Turín acompañada de dos Hermanas
para presentarla a don Bosco.
La niña, convenientemente preparada, sabía ya
lo bastante de quién era don Bosco y se daba
cuenta de su propia suerte. Al presentarla el
Obispo a don Bosco, le dijo:
-Aquí tiene, queridísimo Padre, una primicia
que le ofrecen sus hijos misioneros ex ultimis
finibus terrae (desde el último extremo de la
tierra).
La indiecita, de rodillas ante él, le dirigió
con su acento poco culto todavía estas palabras:
-Le agradezco, queridísimo Padre, que haya
mandado a sus misioneros para salvarme a mí y a
mis hermanos. Ellos nos han abierto las puertas
del cielo.
Es indescriptible la emoción de don Bosco ante
la niña y sus palabras. Volvió la jovencita a
América, pero no olvidó la impresión que le causó
el Santo; mas no tardó mucho tiempo en volar al
paraíso.
No es nuestra finalidad tejer aquí la historia
de la Misión de monseñor Fagnano. Cuando él,
quebrantado por los años, los trabajos y los
sufrimientos morales, descendió a la tumba, su
vasta Prefectura quedaba envuelta en una red de
obras misioneras, ideadas por su fecunda mente,
realizadas por su sobrehumana energía, mantenidas
a costa de heroicos sacrificios. Los restos
mortales del magnánimo apóstol descansan en la
iglesia del Sagrado Corazón de Jesús, edificada
por él en Puntarenas; pero su espíritu aletea
todavía desde Santa Cruz a Ushuaia y su recuerdo
vive y vivirá en el corazón de los Salesianos de
todo el mundo. Así eran los hombres que don Bosco
formó
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