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cubierto de exuberante vegetación. Allí acamparon.
Se había elegido el lugar con cuidado para
resguardarse del viento y poderse defender ante un
eventual ataque de los indígenas. Cuando vio
Monseñor todo en orden, dispuso su altar portátil
en el que celebró la santa misa, implorando la
bendición del Cielo, sobre su incipiente misión.
Por desgracia muy pronto ocurrió un trágico
episodio. Al oscurecer apareció un gran fuego en
la costa del norte que señalaba la presencia de
los indios. Al alba del día veinticinco, el jefe
de la expedición, escoltado por quince soldados,
quiso hacer un reconocimiento. Hacia el mediodía
se encontró con una tribu de onas, los cuales, al
ver el pelotón de soldados, abandonaron sus
míseras cabañas y huyeron. Los soldados les
siguieron, cortáronles la retirada, los cercaron y
quedaron a la espera de órdenes. El señor Lista
intentó invitarles a rendirse con amigable mímica;
pero ellos, que no comprendían nada, al ver la
actitud hostil de los soldados, dispararon unas
flechas contra ellos, mas sin herir a ninguno.
Viendo que resultaban inútiles todos los esfuerzos
de entendimiento, el jefe ordenó primero hacer
fuego y después atacar a la bayoneta. Y en esto el
capitán, que guiaba la expedición, fue alcanzado
en la sien izquierda por una ((**It18.395**)) flecha
leñosa y cayó por tierra sin sentido y sangrando
por la herida. Entonces sus hombres se
enfurecieron y se lanzaron rabiosamente contra los
indios, matando a cuantos oponían resistencia.
Veintiocho quedaron muertos. Hicieron trece
prisioneros, entre los cuales había dos niños de
pecho con sus madres, una niña de unos diez años
herida, que murió poco después, y algunos niños y
niñas más. Sólo pudieron escapar dos hombres,
aunque heridos y perseguidos a balazos 1.
Ocultóse a don Bosco la inútil barbarie de la
soldadesca.
El lamentable suceso hubiera causado una
inmensa pena a su corazón de apóstol; puede
fácilmente deducirse por la impresión que le causó
una relación de monseñor Fagnano que le narraba
sucesos posteriores, como la captura de varios
indios, que les sirviesen de guía y les ayudasen a
llevar los equipajes, y cómo en la lucha había
muerto un indio. Cuando don Bosco oyó la lectura
del hecho, empezó a quejarse amargamente de que
los Salesianos tuvieran que ir en compañía de
soldados que mataban a los indios.
-íQuiero, exclamó, que los misioneros vayan
solos, sin ser escoltados por las armas! Si no es
así, será infructuosa su predicación. Sería mejor
no ir que hacerlo de esta manera.
1 RAMON LISTA, Viaje al país de los Onas, pág.
74.
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