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habitantes eran antropófagos y sin la menor idea
de Dios ni de la inmortalidad.
Siempre ha sido difícil calcular el número de
fueguinos. Los yaganes, después de un censo
meticuloso hecho por el misionero protestante
inglés Bridges, llegaban a novecientos cuarenta y
cinco. El mismo Bridges, el año 1880, había hecho
subir a tres mil el número de los alacalufes. El
núcleo mayor lo formaban los onas, que Bridges
calculaba en tres mil seiscientos.
Estas son, pues, las tierras y las gentes a las
que don Bosco, movido por un impulso superior,
dedicó su laborioso pensamiento cuando sólo unos
poquitos en el mundo dedicaban a ellos su atención
y cuando rarísimamente se oía hablar en Europa a
alguien que tuviera al menos una noticia
superficial de la zona.
El motivo por el que don Bosco impelía a
monseñor Fagnano para que rompiera toda dilación,
era el saber que, desde hacía tiempo, trabajaban
allí los ministros protestantes 1.
Desde 1863 la misión evangélica inglesa
mantenía en el canal de Beagle, al sur de la Isla
Grande, tres misioneros, que tenían a su
disposición un vaporcito y un barco a vela. Ellos
recorrieron toda ((**It18.389**)) la
costa de la isla sin dejar un fondeadero, un cabo
sin visitar de norte a sur y de este a oeste,
dando pruebas de su inteligencia y de su buen
gusto en la elección de sus residencias. La
sociedad bíblica de Londres no regateaba dinero ni
ningún otro medio que fuese útil para su
finalidad. Infaliblemente todos los meses hacía su
vaporcito el viaje de ida y vuelta a las islas
Malvinas, donde residía un obispo anglicano y
desde donde se atendían las relaciones ordinarias
con la madre patria. Pero, a pesar de todo, el
resultado religioso de la misión era muy mezquino;
baste decir que, después de casi cuatro lustros,
no contaban más de un centenar de cristianos. íY
en qué estado los tenían! Nuestro don José
Beauvoir, que los vio, los describe así 2:
íQué pobres chiquitas las nueve o diez que
vimos en el orfanato! Con un frío de doce grados
bajo cero y todos los alrededores cubiertos con
medio metro de nieve, estaban las pobrecitas
niñas, de ocho a quince años, descalzas, a pesar
de que dos o tres de ellas eran raquíticas y
estaban enfermizas. Y advierta que se habían
puesto lo mejor que tenían, pues les habíamos
avisado que, si no tenían inconveniente, iríamos a
visitarlas. Casi no vimos ningún niño. A saber
dónde los tienen. Vimos solamente unos pocos
hombres y jóvenes, mayores de quince años, y que
estaban míseramente vestidos; nuestros mendigos
tendrían lástima de los andrajos con que éstos se
cubrían.
1 Nuestra fuente principal de noticias es la
correspondencia de los Misioneros salesianos.
2 Carta a don Miguel Rúa, veintitrés y
veinticuatro de agosto de 1887.
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