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nación, especificando que en la última se
derramaría mucha sangre y también salesiana 1.
Hay un testimonio de profundo aprecio y sincera
veneración que le tributó un hombre que honraba a
la ciencia y era muy considerado en Italia y en el
extranjero, a pesar de vestir el hábito religioso;
nos referimos al Padre Denza, de quien ya hablamos
con motivo de la instalación de observatorios
meteorológicos en América. Quizás por las cartas
que frecuentemente recibía entonces de los
misioneros, quiso don Bosco que fuera a Lanzo el
docto barnabita. Le escribió el Director del
Colegio, invitándolo, y recibió esta contestación,
desde Montaldo Torinese, el día diecisiete de
agosto: <((**It18.379**)) es
grandísimo y bien sabe Dios con cuánto gusto iría
ahí para estar unos días con él. Pero ahora me
encuentro pasando una temporada en el campo,
donde, gracias a Dios, va mejorando sensiblemente
mi salud; y, además, es muy posible que, a fines
de mes, tenga que salir de aquí unos días para
asistir a una reunión de nuestra sociedad
meteorológica en Aquila. Por estos motivos me es
imposible, por ahora, trasladarme a Lanzo. Más
tarde, en cambio, ello sería más fácil; pero yo no
sé cuánto tiempo permanecerá don Bosco ahí.
Mientras tanto, déle las gracias más sinceras de
mi parte y dígale que tampoco yo me olvido jamás
de él; y que espero poder verle pronto, si Dios
quiere. Dígale, además, que he recibido muy buenas
noticias de Montevideo y parece que el mismo
Gobierno ha tomado a pechos aquel Observatorio>>.
Don Bosco siguió en Lanzo hasta el día
diecinueve de agosto. Como comenzaran en Valsálice
los ejercicios espirituales para los aspirantes,
quiso asistir a ellos. Salió, pues, a las cuatro
de la tarde, y fue directamente a aquel colegio.
A su llegada le esperaba una noticia
desagradable: un telegrama de Alassio anunciaba
que don Alejandro Vignola estaba moribundo. Don
Bosco rezó por él en compañía del Director, don
Luis Rocca, y le envió su bendición. Estas
oraciones se hacían a las siete y media de la
tarde; y he aquí que un segundo telegrama, puesto
a las ocho, comunicaba que el enfermo había
vencido la crisis y manifestaba sensible mejoría.
Pero ello solamente valió para retardar quince
días el fin y permitir al enfermo que recuperara
el conocimiento perdido y se preparara al gran
paso. Entregó su alma a Dios el día tres de
septiembre.
1 Esto lo refirió don Felipe Rinaldi a una
persona muy respetable y seria de Turín, a quien
don Felipe solía hablar con la confianza de un
padre, ya que la dirigía espiritualmente.
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