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El colegio se levanta en parte sobre una ladera
y en parte sobre la cima de una colina, totalmente
limpia de otros edificios, a orillas de una ancha
y amplia pradera cubierta de hierba a levante,
cruzada en su parte superior por una cómoda
carretera que termina bajo una pérgola. Por el
fondo del valle pasa murmurando el río Stura, en
cuya ribera opuesta empiezan las primeras laderas
de los Alpes, y, a la izquierda del que mira, se
extiende una inmensa llanura: en el fondo del
horizonte aparece Turín. Todas las tardes daba don
Bosco su paseo hasta allí, y se detenía un rato en
aquel punto tan pintoresco. Raras veces y poco
tiempo hacía el camino a pie. Le llevaban sentado
en una silla de ruedas a modo de cochecito; casi
siempre la empujaba Viglietti u otro de la casa; a
veces, algún forastero de confianza.
Mientras se sentaba, dijo a la comitiva de los
exalumnos:
-Yo, que desafiaba a saltar a los más ágiles,
ahora tengo que andar en coche con los pies de
otro.
Bajo la pérgola conversaba a menudo con algunos
amigos íntimos. Una vez, estando a solas con el
coadjutor Enría, miraba pensativo hacia Turín;
después exclamó suspirando:
-Allí están mis muchachos.
Un día le preguntó si se acordaba de un antiguo
Tantum ergo, que él había esto y se puso a
cantarlo con voz débil y vivo sentimiento. Algunas
tardes don Carlos Viglietti bajaba hasta el río,
cruzaba el clásico puente romano, de un solo y
atrevido ojo, trepaba por la pendiente opuesta
hasta llegar a una de las cumbres y, desde allí,
lo saludaba con el pañuelo, y él, la mar de
contento, le respondía del mismo modo. En fin,
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hacía lo posible por distraerle y proporcionarle
un poco de bienestar.
Todas las autoridades de Lanzo se apresuraron
para ir a saludarlo.
Acudió también el diputado Palberti. Muchos
señores y señoras veraneantes, movidos por el
deseo de verlo, asistieron al reparto de premios.
Hay cuatro cartas suyas correspondientes al mes
de julio, cuya copia se conserva en nuestros
archivos.
La primera está dirigida a la muy benemérita
señora Magliano.
Benemérita señora Magliano:
Pensaba haber tenido tiempo, el domingo pasado,
para hablar de nosotros y de la mayor gloria de
Dios; pero no pudo ser. Si no le sirviera de mucha
molestia darse una vuelta por aquí, sería algo muy
oportuno. Damos varios paseos al día y podríamos
hablar cómodamente; usted podría pasar el tiempo
libre con nuestras Hermanas,
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