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de un tío para la cura antirrábica. Cuando el
doctor examinó al muchacho, opinó que primero se
debía proceder al examen del perro, para
cerciorarse si era hidrófobo; pero no fue posible
encontrarlo. Entonces llevaron el muchacho a don
Bosco. Y cuando se informó del asunto, dijo el
Santo:
-Que se comience una novena; y, entre tanto,
que el muchacho se confiese y comulgue en la
iglesia de María Auxiliadora. No lo pongan de
nuevo en manos de los médicos; el perro volverá.
En efecto, en el momento preciso en que él
estaba profiriendo estas palabras, volvió el perro
y se comprobó que no era rabioso. El médico de
Calliano, maravillado, publicó el hecho de tal
manera que, muchos años después todavía, se
hablaba de él.
Algunos días, tempranamente calurosos, lo
postraban de tal modo, que el cuatro de julio se
dejó trasladar a Valsálice. Mientras bajaba al
patio para tomar el coche que lo esperaba, se paró
ante la puerta de la enfermería. Estaba en ella
gravemente enfermo de los pulmones el coadjutor
Carlos Fontana.
-Iré a hacerle una visita, había dicho él
cuando supo que estaba en las últimas, y después
no fue.
Pero no se había olvidado de la promesa. Con
todo, todavía no entró, sino que encargó le
dijeran estas palabras:
-Don Bosco no ha venido para no cerrarte los
ojos. Te espero en Valsálice, ven allí a verme.
En efecto, Fontana se curó tan deprisa que aún
pudo visitarlo en Valsálice y se restableció tan
bien que vivió hasta 1912.
En Valsálice don Bosco experimentó una sensible
mejoría inmediatamente, como lo daba a entender la
alegría que manifestaba ((**It18.364**)) en las
conversaciones, en las que participaba escuchando
más que hablando. Gozaba especialmente oyendo
referir las vicisitudes antiguas del Oratorio. Y,
al notar que con ello experimentaba don Bosco
tanto gusto, los más antiguos de sus hijos iban a
porfía en recordar una tras otra las peripecias de
los principios. Una noche durante la cena, don
Juan Garino le divirtió mucho contando cómo, en el
tiempo de los registros de la policía en el
Oratorio, se vendía por las calles una hoja, al
grito de: <<íDon Bosco en la cárcel! íA cinco
céntimos la hoja!>>, y que don Bosco, yendo aquel
día con él por las calles de la ciudad, le entregó
una moneda para que comprase la hoja. Era aquél un
año de vulgares dicterios contra los curas. Otro
día pasaba don Bosco, con el mismo don Juan
Garino, por la plaza de Saboya y se cruzó con dos
mujerzuelas que dijeron:
-A todos estos curas había que colgarlos.
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