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((**Es18.314**) Bosco. Entraron en el Oratorio tres señoras, acompañando a una pobre jovencita enferma, que a duras penas se sostenía con las muletas. Con el deseo de que don Bosco la bendijera, le ayudaron a subir a la galería del segundo piso, hasta llegar a la antecámara de don Bosco. El secretario don Carlos Viglietti, que cuenta el hecho en su diario, pasó varias veces ante ellas, sin poder hacer caso a sus súplicas de que las dejara entrar a ver a don Bosco; el Santo estaba entretenido con muchos ilustres forasteros y no era posible verle aquel día. Cansado por fin de tantas súplicas y compadecido, las introdujo, y él se quedó fuera, esperando que salieran para dar paso a otros señores que esperaban. Pasaron unos minutos y apareció de nuevo la muchacha, apoyada todavía en las muletas. Don Carlos Viglietti no supo jamás explicarse cómo le cruzó por la mente la idea de ir a su encuentro ((**It18.359**)) y con cierto aire familiar muy suyo, que más bien parecía de reprensión, le dijo: ->>Pero cómo? >>Qué fe es ésta? íVenís a recibir la bendición de don Bosco precisamente en el día de María Auxiliadora y os marcháis lo mismo que habéis venido! Fuera en seguida esas muletas, caminad sin ellas e id a dejarlas en la sacristía. Don Bosco no da sus bendiciones inútilmente. La joven se quedó como aturdida, entregó las muletas a su madre y bajó, aunque con trabajo, a la sacristía, donde se encontró perfectamente curada. Dieciséis días después, tuvo este episodio una segunda parte. Cierto canónigo de Torrione Canavese, pueblo natal de la joven, fue el día nueve de junio al Oratorio, acompañado del canónigo Forcheri, secretario arzobispal, y ambos narraron a don Bosco que el pueblo entero estaba desconcertado. >>Qué había sucedido? La joven había sido destinada por los médicos a una amputación por gangrena; pero, al presentarse éstos en el día establecido para proceder a la operación, se la habían encontrado, con indecible maravilla de todos, sin ningún indicio de mal. Los dos sacerdotes, además, deseaban conocer a toda costa al curita que, en la antesala de don Bosco, había echado a la enferma un sermón tan eficaz, que ella lo iba repitiendo a todos los vecinos. Se lo preguntaron a don Bosco, quien respondió que no podía ser otro más que don Carlos Viglietti. Este, que no sabía nada, entró después de la cena en el refectorio del Capítulo, para acompañar a don Bosco a descansar y vio que le recibían con alegría general. Don Bosco, que ya había contado el caso a los Superiores, le dijo entonces sonriendo: (**Es18.314**))
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