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El último día de la novena, dio don Miguel Rúa
la acostumbrada conferencia a los Cooperadores.
Don Bosco le escuchó desde el presbiterio, junto a
monseñor Leto. La muchedumbre, que no había cesado
de contemplarlo, se volcó después en las
sacristías y lo cercó de tal forma, que empleó más
de media hora para atravesarlas y no menos de una
hora para llegar desde allí a las escaleras.
Estaba de buen humor, hablaba, sonreía, saludaba
con su habitual amabilidad; sin embargo, no podía
disimular un agotamiento general que se advertía
en su paso lento y su rostro demacrado; su vista
producía en los que le rodeaban el sentimiento de
pena que se experimenta ante una persona muy
querida, cuya existencia tiene los días contados.
Nunca en años anteriores se había quedado tan
pequeña la iglesia de María Auxiliadora; fue
verdaderamente extraordinaria la afluencia de
ciudadanos y forasteros, llegados de lugares muy
lejanos.
El fervor religioso de la multitud fue
creciendo a medida que se oían o se contemplaban
las gracias extraordinarias concedidas por la
Virgen. La víspera, estando don Bosco en la
sacristía rodeado de fieles, le presentaron una
niña, que llevaba el signo de la muerte en su
rostro. A instancia de sus padres, la bendijo,
exhortándoles a que confiaran en María
Auxiliadora. Y cuando llegaron al umbral de la
segunda sacristía, volviéronse los afortunados
padres, empujados por la multitud, radiantes de
alegría hacia él, porque su ((**It18.358**)) niña
había abierto los ojos y volvía a la vida. El día
de la fiesta por la mañana entró un joven en la
iglesia, andando con muletas y salió de ella,
llevándolas al hombro.
Otra bendición de don Bosco fue acompañada de
un verdadero prodigio. En el mes de enero una
joven de quince años había sufrido un susto muy
grande en Turín, porque su padre había sido
insultado y maltratado en una reunión pública por
asuntos de comercio. Ante los graves insultos,
quedó la muchacha tan desconcertada, que corrió
peligro de perder la vida. De nada valieron cinco
meses de cuidados médicos; guardaba cama siempre y
no reconocía, a veces, a su padre ni a su madre.
Después de muchas oraciones, hicieron sus padres
una promesa a María Auxiliadora y, tras la novena,
llevaron a su hija hasta don Bosco para que le
diera su bendición. Don Bosco la bendijo y la
enferma recuperó en breve su salud. Todos los que
la habían visto antes, tenían que reconocer el
milagro 1.
También tuvo lugar otro hecho singular en la
habitación de don
1 Relación del padre, señor Mayorino Giorcelli,
fabricante. Turín, veintiuno de agosto de 1887.
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