((**Es18.30**)
Después llamó al catequista, don Esteban
Trione, que estaba detrás de los muchachos y
también le dio a él; seguidamente a don Celestino
Durando, Prefecto general que tenía su despacho
allí cerca y también para él encontró.
-También quiero darles a Mazzola y a
Bassignana, dijo.
Y entrambos recibieron un puñado cada uno. Los
jóvenes, más que admirados, contemplaban la escena
llenos de sagrado terror.
Al fin, introduciendo nuevamente la mano en el
saquito, sacó de él otras cinco avellanas y,
enseñándoselas a todos, manifestó su contrariedad
porque faltaban allí algunos jóvenes. En efecto,
no estaban precisamente cinco, tres de los cuales
habían ido a Valsálice y dos se habían quedado en
el salón de estudio. Es cierto que en aquella
semioscuridad y dada la mala vista del Siervo de
Dios, él no había podido advertir con sus propios
ojos aquellas ausencias.
Mientras salían, el alumno Barassi, acercóse a
don Bosco y le preguntó:
-Aquel del ramo de flores hará un cisma,
>>verdad?
-Sí, sí, dará mucho que pensar, respondió el
Santo.
Pero no sabemos más de él.
Antes de pasar de la antesala a su habitación,
se detuvo y tomó de la mano a Calzinari, jovencito
piadoso, pero que no se dejaba ver nunca de don
Bosco, y le habló al oído. El muchacho palideció y
le dijo:
-Esta bien.
Al quedarse solo con sus secretarios, el Santo
les dijo:
-Al joven del ramo de flores lo he invitado y
lo he llamado y me prometió que vendría, pero aún
no lo ha hecho. Y con todo es necesario que yo
hable con él.
íCuánto provecho para sus almas recavaban todos
aquellos que se acercaban con toda confianza a don
Bosco, especialmente en el sacramento de la
Confesión!
El año 1888, después de la muerte del Santo,
recibió don Miguel Rúa una carta de carácter muy
íntimo cuyo autor le autorizaba para que hiciera
de ella el uso que quisiera; por eso se conservó
((**It18.23**)) y
trasladaremos aquí el párrafo que habla de don
Bosco como confesor.
Aquel pobrecito, arrastrado al mal desde muy
pronto, había contraído pésimas costumbres, que lo
llevaban a la perdición; mas, por la divina
misericordia, fue aceptado como estudiante en el
Oratorio, donde se echó en brazos de don Bosco,
manifestándole con sinceridad sus faltas todas las
semanas. La constancia en la práctica de la
confesión semanal es un gran medio para
enderezarse y conseguir la libertad(**Es18.30**))
<Anterior: 18. 29><Siguiente: 18. 31>