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es un nuevo milagro de un hombre que representa al
Francisco de Sales de nuestro tiempo. Todo le sale
bien a este humilde y, sin embargo, tan poderoso
siervo de Dios: porque las obras por él
emprendidas son bendecidas por el Cielo (...). Don
Bosco es uno de esos seres privilegiados que hacen
surgir todo de la nada; se allanan las mayores
dificultades y se disipan como niebla, ante su
férrea voluntad, hecha de fe y de oración; es tal
que ya hoy puede preverse que un día, Dios sabe
cuándo, esa hermosa cabeza de clásica regularidad
que trae al recuerdo el perfil de Napoleón, tendrá
en las ((**It18.338**))
efigies del recuerdo una luminosa franja de oro en
torno a su frente: la aureola de los Santos>>.
El Cardenal Vicario, después de descansar un
poco de la fatigosa ceremonia, subió a ver a don
Bosco, le abrazó con todo afecto y se quedó con él
para almorzar, entre los numerosos e ilustres
visitantes.
Al final de la comida se levantó don Bosco para
agradecer públicamente al Cardenal todo lo que
había hecho como Protector de los Salesianos,
hablando de su persona con veneración y
reconocimiento. Por lo pronto, <>, prosiguió diciendo y narró con
la máxima sencillez la curación instantánea del
día anterior. Dijo después que, en cualquier
circunstancia que se le presentaran personas
deseosas de alguna gracia, él emplearía el mismo
método de siempre, esto es, inducir a los
peticionarios a hacer una limosna en honor de
Jesús, de la Virgen o de cualquier Santo, como
medio para obtener favores de Dios y afirmó que,
en la iglesia de María Auxiliadora y en la de San
Juan Evangelista, no había un solo ladrillo que no
estuviese señalado con una gracia.
También el Cardenal se levantó a hablar. Se
congratuló con don Bosco de que, aunque no
estuviesen acabados los trabajos, hubiese abierto
la iglesia, demostrando así que antes quería
entregarla al Sagrado Corazón que a los adornos y
filigranas de los artistas. Habló muy bien de la
Congregación Salesiana, que no le había
proporcionado hasta entonces ninguna clase de
disgustos, penas y trabajos y sí toda suerte de
satisfacciones; que estaba, por tanto, dispuesto a
aceptar protectorados semejantes uno cada día. Don
Bosco sonriendo le respondió:
-Espere, espere, Eminencia; también le llegará
el tiempo de los disgustos, por culpa nuestra.
-Bien, siguió diciendo el Cardenal, aquí en
vuestra iglesia del Sagrado Corazón de Jesús
habéis reservado una capilla para dedicarla a San
Francisco de Sales, >>no es cierto?
-Precisamente es así, Eminencia.
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