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inauditos, heroicos, si se entiende, como es
debido, referirlos a don Bosco; ya que los
trabajos eventualmente realizados por otros antes
de que él se hiciera cargo de la empresa, no
fueron en comparación más que un <>. Lo saben los lectores. Y ni la
suspirada aurora del día catorce de mayo puso fin
a sus afanes, ya que las preocupaciones por el
templo pusieron a prueba su paciencia, hasta en el
lecho de muerte, y las legó en herencia a su
sucesor 1.
Todo estaba previsto para la ceremonia de la
consagración y para las solemnes funciones de los
días siguientes. A eso de las siete llegó el
consagrante, cardenal Lúcido María Parocchi,
Vicario de Su Santidad y protector de la
Congregación Salesiana, acompañado de todo su
séquito, como en las más grandiosas ocasiones, y
fue recibido por los Superiores, numeroso clero,
muchos Salesianos de otras casas, los muchachos de
Valdocco y sus compañeros del hospicio. El rito,
siguiendo el ceremonial, se hizo a puertas
cerradas. Cuando se abrieron las puertas al
público, habían pasado cinco horas. Don Bosco
asistió en santo recogimiento; asistieron también
con él varios ilustres personajes. Al final,
monseñor Domingo Jacobini, arzobispo de Tiro y
secretario de Propaganda, acercóse al Siervo de
Dios, lo tomó del brazo y lo acompañó poquito a
poco, hasta su habitación, satisfecho después de
haberle prestado aquel servicio.
Al mediodía celebró el primero don Francisco
Dalmazzo, mientras el nuevo órgano llenaba el
templo con sus armonías. Había centenares de
devotos y curiosos. La voz común consideró
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iglesia digna de Roma y de las buenas tradiciones
del arte cristiano.
Debemos, con todo, dejar constancia de que,
tanto la consagración, como la iglesia no tuvieron
en general en Roma lo que se dice una buena
prensa. El entonces periódico masónico Tribuna
anunciaba la ceremonia el día diez de mayo, hacía
historia del origen del templo, y hablaba de su
estilo arquitectónico y de la ornamentación en un
artículejo bastante atento. El ya citado Cicerone,
aunque de mal espíritu, había hecho en su número
del día ocho una descripción algo más detallada
del templo, presentando a don Bosco <>. Y seguía el
articulista: <>. Y el liberalote
Fanfulla, del día quince, tras señalar rápidamente
las dificultades y contrariedades y los enormes
gastos, proseguía: <(**Es18.294**))
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