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Entró en la casa por vía Magenta. La puerta
estaba adornada con guirnaldas y las columnas del
atrio cubiertas de flores; y, en la parte exterior
del ábside, colgaba un letrero que decía: Roma se
alegra y se entusiasma al acoger entre sus muros
al nuevo Felipe 1, ((**It18.314**)) don
Juan Bosco. Bajo los soportales, le esperaban los
alumnos y los superiores. El, sentado en un
humilde sillón, permitió que todos le besaran la
mano; después, escuchó amablemente cánticos y
declamaciones. Al final del entretenimiento,
mientras subía los primeros escalones para ir a la
planta superior, dijo en tono festivo a los que le
acompañaban:
-Me habéis leído composiciones, hablándome de
muchas cosas, pero de la comida, todavía no me
habéis dicho nada.
Riéronse todos y se le respondió que el
almuerzo estaba preparado. Sentáronse a la mesa
con él algunos señores, entre los cuales destacaba
la esbelta figura del príncipe Augusto
Czartoryski.
Don Francisco Dalmazzo le presentó también un
antiguo alumno del Oratorio festivo de Turín que
se llamaba D'Archino, el cual se hizo más tarde
coadjutor y murió a los noventa años en el
hospicio del Sagrado Corazón. El presentado le
dijo:
-Hace dieciocho años que no tenía la suerte de
verlo. La última vez fue el día 28 de diciembre de
1869, fiesta de San Juan Evangelista:
entonces me confesé con usted en la iglesia de
María Auxiliadora.
-Y, desde entonces, le preguntó súbitamente don
Bosco >>no te has vuelto a confesar?
-Sí, señor, y muchas veces; pero no con usted,
porque estaba muy lejos.
Entonces, a propósito de confesión, narró don
Bosco un suceso que ya conocemos 2, pero que fue
puesto en duda por algunos y rechazado por otros
como inverosímil. Conviene, pues, que refiramos
sus propias palabras en la forma en que las oíamos
repetir a D'Archino y tal como las recogió de sus
labios y las escribió don Juan Bautista Lemoyne.
Don Bosco dijo así:
-Mira, la misma pregunta le hice a Su
Excelencia el Ministro Crispi. Un día en que, por
algunos asuntos, tuve que visitarlo, apenas llegué
a la antesala, los conserjes me preguntaron el
nombre y le pasaron recado. Y el Ministro, apenas
oyó mi nombre, salió a la puerta del despacho,
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diciendo:
1 Se refiere a san Felipe Neri (1515-95),
fundador de la Congregación del Oratorio. Conocido
por el Apóstol de Roma, es el Santo Patrón de la
Ciudad Eterna (N. del T.).
2 Véase: Vol. IV, pág. 325, y XIII, pág. 415.
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