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uno sostenido por don Carlos Viglietti y la otra
llevada en un carrito.
La primera vez la Condesa parecia una alma en
pena; se leía en su rostro la melancolía.
-Buenos días tenga usted, señora Condesa, le
dijo alegremente don Bosco. >>Se siente con ánimos
para echar un bailecito?
-íAh, don Bosco! respondió ella. Como está
usted viendo... ípobrecita de mí...!
-Bien, bien, siguió diciendo el Santo, no
pierda su ánimo, señora Condesa. Todo se arreglará
en el paraíso.
Por fortuna, durante los días que don Bosco
estuvo en Florencia, no sufrió extraordinarias
molestias, lo que le permitió recibir muchas
audiencias. El Director había combinado muy bien
las cosas, escribiendo cartas de anuncio a las
principales familias de la ciudad; por lo que, lo
mismo en la casa donde se hospedaba que en el
colegio de la calle Fray Angélico, se veían llegar
de continuo coches que conducían a señores y
señoras de la aristocracia y a prelados ilustres.
El Arzobispo, monseñor Cecconi, tuvo la gran
bondad de anticiparse, acudiendo presurosamente a
verle en el colegio. Monseñor Velluti-Zati, duque
de San Clemente y obispo titular de Orope, puso a
su disposición el propio coche, para todo el
tiempo que estuviera en Florencia.
El último día, veintiocho de abril, don Bosco
no almorzó, como de costumbre, en el colegio de la
Inmaculada, sino en casa de la Condesa, por estar
más cerca de la estación. En la mesa recordó ella,
con todos ((**It18.311**)) los
pormenores, a los comensales el hecho de su
ahijado, devuelto a la vida por don Bosco hacía
veinte años. Mientras ella hablaba, don Bosco se
mantuvo con la frente baja, en silencio y
ruborizado. La caritativa señora, persuadida de
que no lo volvería a ver, hizo todo lo posible por
retenerlo en Florencia, llegando a ofrecerle mil
liras por cada día que retrasara su partida.
-Usted conoce mi pobreza, le contestó él, y las
muchas necesidades de mis muchachos. Le agradezco
las buenas disposiciones de su caritativo corazón.
Pero el pobre don Bosco no puede obrar, en este
momento, como él quisiera. Tiene una cita que no
admite dilación, la consagración de nuestra
iglesia en Roma; debo encontrarme necesariamente
allí unos días antes.
Generosa como siempre, la Condesa hizo un gran
acto de resignación, convirtiéndolo en más
meritorio aún con un buen donativo 1.
La invitación del Obispo de Arezzo le resultaba
a don Bosco doblemente
1 Véase: LUIS MORI, Don Bosco a Firenze.
Florencia, Librería editorial Salesiana, 1930,
págs. 138-40.
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