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cayendo después de rodillas. Las personas de casa
se situaban en uno y otro sitio por las escaleras
y por los corredores para conseguir verle.
El entusiasmo popular aumentaba por las voces
que referían gracias extraordinarias, temporales y
espirituales.
Una enferma recibió su bendición y se recobró
de golpe proclamando su curación. Un tal
Pittaluga, hijo del difunto José, de
Sampierdarena, llevaba treinta años sin acercarse
a los sacramentos. Aunque se encontraba entonces
en trance de muerte, no daba señales de
arrepentimiento. Sus familiares lo encomendaron a
don Bosco, el cual prometió que rezaría por su
intención. Y resultó que el enfermo depuso su
obstinación, se confesó y recibió la santa
comunión. Don Carrlos Viglietti había visto el año
anterior cómo presentaron a don Bosco un niño en
muy malas condiciones de salud; y volvió a verlo
entonces, que iba por sí mismo, rebosando salud, a
agradecérselo. Una señora le presentó a su hijo,
diciendo que era muy revoltoso, que constituía la
desesperación de la familia y no quería que le
hablaran de religión ni de prácticas religiosas.
Don Bosco lo bendijo ((**It18.306**)) y
-ícosa admirable!- el joven salió de allí como un
corderito y volvió al día siguiente con el rostro
sereno y alegre, después de haberse confesado y
recibido la comunión. La madre pidió para él una
segunda bendición, que le obtuviese el don de la
perseverancia.
Narramos, a continuación, una curiosa profecía,
cuya fecha no hemos podido encontrar, pero que se
refiere a Sampierdarena. Una cuñada del salesiano
don Herminio Borio se encontró una vez con don
Bosco y éste le dijo:
-Cuando usted sea vieja, irá a vivir en nuestra
casa de Sampierdarena, donde tendrá por compañera
una Capra (cabra)... Pero, no de las que comen
hierba, sino una Capra con dos piernas... Se harán
compañía hasta en la muerte.
La señora, que fue siempre bienhechora de los
Salesianos, cuando llegó a la vejez, quedóse sola
en el mundo y obtuvo fácilmente retirarse a vivir
allí en compañía de las Hijas de María
Auxiliadora, con las cuales pasó los últimos diez
años de su vida. Su compañera predilecta era sor
Olimpia, cuyo apellido nunca sintió necesidad de
saber ya que siempre la llamaba por su nombre,
hasta su muerte. Pues bien, sucedió que la monjita
y la señora cayeron enfermas a primeros de enero
del corriente año de 1936; agraváronse las dos en
un abrir y cerrar de ojos y ambas fallecieron el
día de la Epifanía, con sólo cuatro horas de
diferencia. Sor Olimpia se llamaba Capra de
apellido.
El día veintidós, por la tarde, fue en coche,
acompañado por don
(**Es18.269**))
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