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Por la tarde fue a Génova, en un lujoso coche de
dos caballos, que le envió el señor De Amicis,
cooperador salesiano. Una gran multitud se había
agolpado a lo largo de la calle que baja a la
iglesia de San Siro, elegida también esta vez para
la reunión. El amplio templo resultó pequeño para
contener a tanta gente como anduvo a porfía para
conseguir un puesto.
Cuando el Siervo de Dios apareció en el
presbiterio, entre gran número de distinguidos
personajes, un ligero murmullo corrió por las
naves del templo y todas las miradas se clavaron
donde él se sentó para escuchar la conferencia.
Pasaron unos minutos y apareció el Arzobispo con
las primeras dignidades del clero diocesano. El
encuentro de los dos hombres venerandos despertó
en los asistentes una honda emoción.
En seguida empezó la ceremonia. Un alumno de
las escuelas de Sampierdarena leyó un trozo de la
vida de San Francisco de Sales; después subió al
púlpito monseñor Homodei Zorini, uno de los más
elocuentes oradores sagrados de entonces.
Profesaba éste mucho cariño a don Bosco y desplegó
toda su facundia para describir y enaltecer su
obra. No podía dejar de referirse a la reciente
catástrofe sufrida en Liguria, que tanto daño
había ocasionado a las escuelas salesianas de la
costa.
La colecta efectuada por los jóvenes católicos
del Círculo Beato Carlos Spínola alcanzó mil
trescientas liras, además de las recogidas a la
puerta de la iglesia antes de la conferencia o
entregadas después al mismo don Bosco por personas
piadosas. Terminada la conferencia, tardó ((**It18.305**)) casi
una hora para llegar a la sacristía, por la enorme
cantidad de devotos que se agolpaba en torno a él.
<<>>Quién no fue ayer a ver al caro don Bosco,
escribía el Eco d'Italia el día veintidós de
abril, con aquel su bondadoso rostro y su sonrisa
de santo? Está envejecido, lleno de achaques y no
puede caminar si no le sostienen; pero cuánta
juventud hay en su mente, que parece preocupada
por tener que pensar en muchas cosas y que debe
remontarse a lo alto para divisar en lontananza lo
más que le sea posible (...). Todos querían oír
una palabra suya, besar su mano o al menos su
sotana y él se esforzaba por contentar a todos
sonriendo tranquilamente. -íEs un santo!, repetía
todo el mundo>>.
Prorrogó todavía su permanencia en
Sampierdarena un día y medio y concedió audiencia
durante horas y horas. <>. Dos veces sucedió que la multitud
impaciente abrió la puerta de su habitación e
irrumpió sobre él,
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