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((**Es18.256**) semblanza del ''hombre milagro'', del ''verdadero héroe del sacerdocio'' y terminaba así: ''Es una verdadera potencia, aunque se muestra siempre humildísimo y afabilísimo; es un gigante de la caridad y del apostolado, y todo encomio resulta inferior a su mérito''>>. ((**It18.290**)) Se encontraba gravemente enferma la piadosa señora María Pelissero, gran bienhechora de las obras salesianas. Empujado por su agradecimiento, quiso don Bosco hacerle una visita. Le acompañó don Carlos Viglietti, el día doce de febrero. Su numerosa familia salió a recibirlo llorando y suplicando que les conservara a la querida enferma. Una sobrina de la señora, que le iba presentando los parientes, díjole: -Mire, esta joven era como un cuerpo muerto de la cintura a los pies, la bendijo usted hace ya unos años y vea ahora qué bien está. Esta otra pequeñita estaba totalmente ciega y ya ve perfectamente. íCure también a nuestra tía! Don Bosco estuvo un rato con ellos, les habló del cielo y de la resignación a la voluntad divina, los bendijo después y les entregó una medalla de María Auxiliadora. Entró, por fin, en la habitación de la enferma. Aquella mujer debía ser verdaderamente una santa, porque hablaba muy bien del cielo y de la resignación cristiana. Recibió con verdadera emoción la bendición de don Bosco, quien le dijo que, si se iba al paraíso, presentara sus saludos a la Virgen Santísima y que, entre tanto, él y sus muchachos pedirían al Señor le concediera lo que fuera mejor para su alma. No pasaron muchos días y la señora acabó con una santa muerte su prolongada y virtuosa existencia. El día ocho de abril murió una de aquellas bienhechoras que se consideraban felices cuando oían a don Bosco que les llamaba su mamá y mamá de sus muchachos, la condesa Gabriela Corsi. La había visitado el Santo en los primeros días de su enfermedad y le había dicho: -íAy, señora Condesa, usted falta a su palabra! Me había prometido que regalaría dos becerros a los muchachos del Oratorio, para que pudieran celebrar con alegría el día de mi jubileo sacerdotal, pero usted falta a su palabra y yo también faltaré. Más tarde, por san Gabriel, día de su santo, le había mandado una estampa con esta invocación a la Virgen, escrita de su puño y letra: <((**It18.291**)) de cielo y haced que todos, después de una santa vida, vayan a hacernos compañía eternamente en el cielo. Amén>>. Otra de las mamás, a quien él hubiera deseado mucho visitar y (**Es18.256**))
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