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Una fue la del día tres de enero. Ya el 13 de
diciembre de 1885, cuando acabó su plática, regaló
avellanas a los muchachos; pero aquel día al
querer repartir las sobrantes, se obró un prodigio
igual a otros ya narrados en estas Memorias. Hizo
que le llevaran el saquito, empezó a repartir con
mucha abundancia. El clérigo Festa, al ver que
había muchas menos que la vez anterior, le
advirtió:
-No les dé tantas, que no van a llegar para
todos.
-Déjame hacer a mí, replicó don Bosco.
También el que sostenía el saquito le dijo que,
si continuaba así, la mayor parte se quedaría sin
nada.
-Tú calla, le dijo. >>Tienes miedo de quedarte
sin ninguna?
Era éste José Grossani, al que ya hemos
nombrado 1, el cual estaba durante ciertas horas
del día en la antecámara para atender a los que
iban a visitar a don Bosco y recuerda que las
avellanas las había regalado la señora Nicolini;
él nos informa además de otros detalles.
Según él, eran sesenta y cuatro los presentes;
como daba a cada uno un buen puñado y después con
las dos manos a propósito, las avellanas se
debieron haber acabado en seguida. Pero, he aquí
que llamó la atención de los muchachos una novedad
del todo singular. Al observar la cantidad de
avellanas que había sacado y las que ((**It18.17**)) aún
quedaban, advirtieron maravillados que el nivel
del saquito no disminuía y que, por más que seguía
sacando, la cantidad de dentro no disminuía;
parecía que una mano misteriosa metía dentro
tantas cuantas él sacaba.
La maravilla subió al colmo cuando, al término
del reparto, se pudo comprobar que el saquito
pesaba lo mismo que al principio. Entonces los
muchachos no se pudieron contener y manifestaron a
don Bosco su gran extrañeza, preguntándole cómo se
las había arreglado.
-íOh! Yo no lo sé, respondió sonriendo con toda
sencillez. Pero puedo haceros a vosotros, que sois
amigos míos, algunas confidencias. Os contaré lo
que sucedió una vez en el Oratorio hace muchos
años.
Y les contó la prodigiosa multiplicación de las
castañas y la de las hostias consagradas.
Antes de que se fueran, apareció don Juan
Bautista Francesia y, al oír la desacostumbrada
bulla, se acercó diciendo:
-íHola! >>Qué sucede, qué pasa?
Y los muchachos a coro respondieron:
-Don Bosco nos ha dado avellanas.
1 Véase Vol. XVII, pág. 447.(**Es18.25**))
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