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CAPITULO XI
VIDA RETIRADA
EL invierno, y más el invierno piamontés, pesado
por sí mismo para todos los ancianos, acarreaba a
don Bosco un sinfín de molestias, que le obligaban
a una vida totalmente retirada en su modesto
apartamiento; de modo que los muchachos ya no le
veían, salvo los afortunados alumnos del cuarto
curso, a quienes, de vez en cuando, se les
permitía ir a visitarle y confesarse con él.
Recuérdese que, apartir del 1886, se había
suprimido el quinto curso. El día veintidós de
enero, les estuvo confesando durante más de dos
horas. Se confesaron todos menos uno, que no se
dejó ver; pero no se notó su ausencia, porque
hacía algún tiempo que muchos de ellos, ya fuera
que habían elegido otro confesor, ya fuera que se
veían impedidos de asistir a aquella hora, a causa
de sus estudios o por otros motivos, no iban nunca
o sólo de tarde en tarde a confesarse con don
Bosco.
Pero, aquella vez, el Santo se dio cuenta de
ello; y, por la tarde, lo mandó llamar. Hizo que
se sentara junto a él y, después de haber
discurrido sobre varias cosas, le preguntó:
->>Por qué hace varios meses que no te acercas
a los sacramentos?
El muchacho bajó la cabeza y no se atrevió a
responder. Entonces don Bosco, rompiendo el
silencio, le interrogó:
->>Quieres que te diga yo por qué?
-Sí, dígamelo, respondió.
-Mira, es por esto y por aquello.
Y, como quien no quiere, le descubrió
paternalmente los pecados que, por darle
vergüenza, no se atrevía a confesar. El muchacho,
asombrado, ((**It18.273**)) lo
miraba sin saber cómo coordinar sus ideas, hasta
que cayó de rodillas y se confesó. Al salir de la
habitación, se encontró con don Carlos Viglietti y
le dijo con la confianza que todos los muchachos
tenían con él:
-Don Bosco me lo ha dicho todo y ha adivinado
todos mis pecados.
En otra ocasión, se hablaba de las gracias que
la Virgen dispensaba al Oratorio y dijo don Bosco
al mismo secretario:
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