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de mulas, están de misión desde el mes de
diciembre y, por una carta suya que he recibido,
deduzco que, a finales de abril, dejarán la
Cordillera cubierta de nieve y se vendrán a
Patagones, donde haremos una relación de sus
excursiones. Estos esforzados Salesianos han
recorrido la friolera de trescientas leguas en la
ida y superando, con ayuda de la divina
Providencia, un gran peligro, porque el pobre don
Domingo Milanesio, víctima del solazo, cayó
enfermo con diarrea, en medio del desierto. A más
de cuarenta leguas de todo ser viviente y sin
provisiones, quedáronse sin alimento. Entonces el
arriero de los caballos se echó a correr por
aquellos alrededores en busca de caza y encontró
una vaca perdida por el desierto; diole alcance y
tuvieron con qué comer durante los ocho días, que
fueron necesarios para que el pobre don Domingo
Milanesio pudiese proseguir el viaje a caballo.
((**It18.229**)) En las
faldas de la Cordillera sucedió que un caballo,
como a menudo acontece, se encabritó, dejó caer la
carga y se rompió la piedra del ara del altar. De
acuerdo con las facultades concedidas por la Santa
Sede, habría podido continuar celebrando con el
ara rota, y hasta sin ella; pero prefirió
atravesar a caballo toda la cadena de montañas y
pasar a Chile él solo. Empleó dos días, a través
de los desfiladeros de aquellas rocas y llegó a la
primera población con vistas al Pacífico, llamada
Los Angeles.
Fue bien recibido por los Padres Franciscanos
que hasta le prestaron ayuda económica.
Ellos conocen por la fama a don Bosco y a los
Salesianos y están deseosos de vernos por aquellas
tierras. En un segundo viaje, o mejor, en un
segundo atravesar los Andes a caballo y
descabalgado, llegó a Chillán y a Concepción junto
a la playa del mar. Allí fue recibido con
indecible júbilo por el Vicario Capitular, don
Domingo Cruz, y por su secretario, y le enseñaron
la casa que están edificando para nosotros. Desde
allí se enviaría a los Salesianos por la inmensa
región de los Araucanos, faltos todavía de
sacerdotes y en extrema necesidad de auxilios
espirituales.
Querido don Bosco, tenemos las casas con muy
poco personal y si, como desea su paternidad y lo
deseo yo y lo deseamos todos, nos vamos a
establecer en Chile, prepare una buena caravana de
Misioneros y mándemela a Patagonia. Desde aquí
hemos encontrado el paso que, en un <> a
caballo de mil quinientos kilómetros, nos lleva a
la Cordillera y, con otros doscientos kilómetros
por caminos de cabras, nos deja en terreno
chileno.
La mies recogida en esta Misión por nuestros
esforzados Misioneros fue de doscientas
comuniones, veinticinco o treinta matrimonios y
cerca de ochocientos bautizos; seiscientos de los
cuales son de indios. Los misioneros están bien de
salud, a pesar de las incomodidades, las fatigas y
la vida arrastrada que les toca llevar por las
inmensas soledades, transitadas por indios
araucanos que han pasado al territorio argentino.
Cuando yo llegue a Patagones, sabré si
emprenderán el camino de regreso, o si piensan
quedarse a mitad de camino, donde se han puesto de
acuerdo con el Cacique Namuncurá y con Sayuheque
para instruir a sus dos tribus (unos dos mil
quinientos) en nuestra Santa Religión y
bautizarlos. Veremos si llegan a tiempo, porque el
Ministro de la Guerra me dijo que quisiera
hacerlos ir a Buenos Aires. La razón está en que
como no han sido preparados con tiempo para los
trabajos agrícolas y ellos prefieren el ocio al
trabajo, teme que se subleven. Por tanto, va a ser
de ellos lo que disponga la divina Providencia.
Como ya le habrán escrito, son nueve los
sacerdotes Salesianos que se ordenaron extra
tempora. Y como si fueran guindas o miel se los
repartieron las diversas casas,
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