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la comunión a los que ayudaban a misa. Más tarde
recibió la profesión de cincuenta y tres novicios.
Después del sagrado rito, quiso dirigir la palabra
a todos y para que no se cansara demasiado, le
colocaron en un sillón en medio de la capilla y
los clérigos se situaron a su alrededor. La
crónica de la casa conserva un resumen fiel de su
discurso, que nosotros también escuchamos. El
Santo manifestó, ante todo, la alegría que
experimentaba en aquel instante; una alegría,
dijo, tan grande como no se puede tener en esta
tierra. Después pasó a recomendar la caridad.
Caridad con ((**It18.207**)) los
Superiores, obedeciéndoles siempre, de modo que no
tengan que gemir ni suspirar.
-Es un sacrilegio, exclamó, hacer el voto de
obediencia y, después, conducirse como algunos,
que obedecen sólo cuando les agrada.
Caridad con los hermanos, no criticándose jamás
los unos a los otros en nada, ni tampoco en lo
referente a nuestras publicaciones. Expresó su
desaprobación para los criticones, profiriendo
esta palabra con enérgico ardor. E insistió mucho
en ello repitiendo varias veces la sentencia de
que <>.
Manifestaba un deseo tan grande de ser entendido y
obedecido y acompañaba sus palabras con tal
expresión de dolor que se echó a llorar y su voz,
temblorosa y enronquecida, adquirió un tono tan
fuerte y severo que parecía querer maldecir las
lenguas infernales, que sólo se mueven para
criticar. En cierto momento, habló en estos
términos:
-Y si don Bosco tuvo disgustos... fue por falta
de caridad entre los hermanos.
Al pasar de la primera a la segunda frase,
asaltóle una repentina emoción, llenáronse sus
ojos de lágrimas y continuó con un sollozo
reprimido.
En seguida cambió de tema. Aseguró, para común
aliento, que la Sociedad Salesiana se encontraba
entonces en óptimas condiciones respecto a las
finanzas y que la Congregación se iría extendiendo
de modo maravilloso y que no les faltaría nunca
nada a los Salesianos, mientras se limitaran a la
educación de la juventud pobre, que era la misión
que la Virgen les ha confiado.
-Si todos vosotros, dijo, estuvieseis ya
capacitados para actuar como Directores, yo sabría
dónde colocaros inmediatamente del primero al
último.
Por fin, se encomendó a nuestras oraciones,
protestando repetidamente que él, mientras le
quedara un hilo de vida, rezaría y se sacrificaría
por sus queridísimos hijos.
Mientras don Bosco acogía así las nuevas
esperanzas de su familia religiosa y procuraba
formar en ellos el espíritu de apostolado, otros
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