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Una vez más se vio la generosidad de los
milaneses lo mismo en la conferencia que después
de ella.
Los párrocos de la ciudad abrieron una
suscripción en favor de los misioneros, para dar
ocasión de satisfacer la caridad de los que no
habían podido asistir a la Virgen de las Gracias o
que, habiendo asistido, no habían podido depositar
su óbolo a causa del gentío.
Aquel día quiso el señor Arzobispo honrar a don
Bosco invitando a comer a algunos párrocos y a
varios distinguidos señores. Apenas se levantó de
la mesa, empezó el Santo a recibir visitas y
siguió así hasta la noche. Después organizó el
Arzobispo, a manera de distracción, una tertulia
antes de la cena, proporcionándole una amena y
alegre conversación. Y, llegaba la hora del
reposo, el Siervo de Dios encargó a ((**It18.200**)) don
Carlos Viglietti que organizara todo, para poder
marcharse al día siguiente por la tarde. Durante
los dos últimos años de su vida sumáronse, a los
antiguos achaques del pobre don Bosco, nuevos
desarreglos funcionales, que le hacían muy
molestos los viajes y, aun más, el permanecer
fuera de casa por largo tiempo.
El día trece por la mañana celebró la misa en
la capilla arzobispal, repleta de asistentes. Le
ayudaron a misa el presidente del Círculo de los
Santos Ambrosio y Carlos y un miembro del Consejo
Superior de la juventud católica. Dio la comunión
a los muchachos del Oratorio y a muchos de los
presentes. El resto del tiempo lo invirtió en las
audiencias, que comenzaron después del desayuno y
duraron hasta las cuatro. Al acercarse la hora de
la partida, Monseñor se arrodilló de nuevo ante él
para recibir su bendición y, al despedirse, le
abrazó llorando, besando con cariño su mano y
agradeciéndole cordialmente una visita tan querida
e inolvidable. Muchos señores, que se enteraron
por los periódicos de que don Bosco estaba en
Milán, habían acudido apresuradamente desde sus
fincas; pero él debía partir y no los pudo
recibir. El mismo duque Scotti, gran amigo y
bienhechor suyo, llegó demasiado tarde para
entretenerse con él a su gusto y hubo de
contentarse con saludarlo en la estación junto con
otros señores 1.
Partió de Milán sin más compañía que la de don
Carlos Viglietti.
Estaba agotado. A su llegada, el borriquillo del
Oratorio lo llevó en su humilde tartana desde
Porta Susa a Valsálice, donde el Santo dio una
simpática sorpresa a los ejercitantes, ya que, sin
esperarlo nadie, entró sin más en el comedor
cuando estaba a punto de terminar la cena. En
1 Las pobres muchachas del instituto de los
ciegos le habían escrito una carta conmovedora,
pidiéndole que les diera o les mandara su
bendición (Ap., Doc. núm. 42).
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