((**Es18.178**)
reverencia y apenas pisó los umbrales del templo
se agolparon los asistentes a su alrededor, de
forma que se necesitó tiempo y trabajo para
transportarlo (ésta es la palabra) hasta el
presbiterio, al lado del Arzobispo. La multitud,
que llenaba el amplio santuario, le contemplaba
con devoción y en silencio. Hasta el mismo César
Cantú se acercó a él y le acompañó un rato 1.
Cantaron los muchachos un motete, recibió don
Luis Lasagna la bendición del Arzobispo y subió al
púlpito. Su aparición causó una grave desilusión
en todos, que esperaban oír hablar a don Bosco;
pero el conferenciante se captó, desde el exordio,
la atención y la simpatía del público, que casi
alcanzaba las ocho mil personas y que estuvo
pendiente de sus labios durante más de una hora.
Quienes le escucharon predicar alguna vez, no
encontraron exagerado el juicio que, sobre su
elocuencia, dejó escrito su biógrafo. <>.
Empezó entonando un himno de agradecimiento al
Arzobispo que, veinte años atrás, le había
impuesto la sotana en Casale aquel mismo día. Hizo
después una reseña de toda la Obra de don Bosco en
ambos mundos, extendiéndose un poco en describir
pintorescamente la vida de los misioneros
salesianos y, en particular, su actuación en favor
de los emigrantes italianos. El corresponsal de un
periódico ((**It18.198**)) de
Turín 3 escribía que, si aquella conferencia se
hubiera dado en un lugar privado y no en una
iglesia, los aplausos del público hubieran
interrumpido muchas veces al orador, especialmente
cuando demostró que la labor de los misioneros no
es solamente una obra de religión, sino también de
patriotismo; y que, por tanto, los gobiernos
deberían favorecer a los clérigos destinados a las
misiones, eximiéndolos del servicio militar. Hizo
vibrar de entusiasmo al auditorio cuando, con el
ardor de su elocuencia, presentó al Papado como la
gloria más pura y refulgente que Italia tenía.
Esta digresión, buscada sin duda con buen fin,
resultó muy oportuna por varios motivos 4.
1 Véase: Vol XIII, pág. 525.
2 L. c. pág. 216.
3 Il Corriere di Torino, 13 de septiembre de
1886.
4 Albera, L. c., pág. 217 (Ap., Doc. núm. 41).
Dio después en San Marcos una segunda conferencia.
En efecto, don Pascual Morganti escribió a don
Miguel Rúa el día 16 de noviembre de 1895: <> (L. c. pág. 219).
(**Es18.178**))
<Anterior: 18. 177><Siguiente: 18. 179>