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podía abrir. Abriólas él y vio que estaban llenas
de monedas de cobre.
->>Qué quiere decir esto?, preguntó el siervo
de Dios a su guía.
-Los ricos, le contestó éste, tendrán estas
monedas, y los diamantes, el oro, la plata, las
piedras preciosas, todo pasará a manos de los
pobres. Los ricos perderán su poder y serán
expoliados.
De cuando en cuando, don Bosco salía del chalet
del Obispo para ir al Santuario de San Mauricio,
en compañía del secretario episcopal. Una mañana,
desde lo alto del collado denominado también de
San Mauricio, se detuvo a contemplar el espléndido
panorama y viendo en frente, sobre un otero
aislado, un gran edificio, dijo:
-íQué bonito y encantador resulta ese montículo
con ese magnífico edificio! íQué a propósito sería
para un colegio salesiano!
Era Monte Oliveto, donde se levantaba un
edificio que había pertenecido a los jesuitas y,
más tarde, a los cartujos y, entonces, al
patrimonio nacional. Don Pablo Albera abrió allí
el año 1915 un asilo para huérfanos de la guerra
europea y su sucesor, una vez cumplida ya su
primera finalidad, instaló allí un noviciado
salesiano 1.
Como se encontraba discretamente recuperado,
quiso volver a Valdocco para asistir al reparto de
premios del final de curso. Partió, pues, el día
trece de agosto por la mañana. Quiso dar una
propina al personal de servicio, que con tanta
delicadeza le había atendido; pero ellos no
quisieron recibir nada y le rogaron, en cambio,
que aceptara una pequeña cantidad recogida entre
ellos para sus niños pobres. Enternecido, les
aseguró que los tendría siempre presentes en sus
oraciones.
-No podría hacernos mejor regalo, le
respondieron. Es un honor para nosotros poderle
servir. íOjalá pudiéramos darle un poco más de
salud!
El Obispo lo acompañó hasta la estación.
>>Quién hubiera ((**It18.171**)) dicho
que no se verían más en este mundo? La Santa Sede
había transferido a monseñor Chiesa a Casale, en
donde había fallecido monseñor Ferré: a un amigo
de don Bosco le sucedía otro amigo. Pero Dios lo
llamó a sí repentinamente el día cuatro de
noviembre.
Aunque la ausencia no había sido muy larga ni
había ido lejos, sin embargo, sus hijos, pequeños
y grandes, celebraron su vuelta, a la hora de la
comida. Y sabiendo lo mucho que le agradaban las
noticias
1 El piadoso deseo de don Bosco lo cuenta
monseñor Cesano, que era precisamente secretario
del Obispo, en un Número único que se publicó con
motivo de la inauguración del agua y de la luz en
Monte Oliveto. (Turín, Soc. Ed. Intern. 1923, pág.
6.)
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