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marcha, que invadió la iglesia de San Luis a donde
fue a celebrar la misa y después la plaza y las
calles adyacentes. Fue recibido, como de
costumbre, por el párroco y el clero en la puerta;
y, al evangelio, explicó un poco la historia de la
iglesia del Sagrado Corazón en Roma. Después de la
misa, dio audiencias en la casa rectoral, en la
iglesia de San Lorenzo que visitó y en el
Seminario. A las ocho de la tarde fue a San Andrés
para participar en el piadoso ejercicio del mes de
María. Ya había oscurecido y una multitud de gente
esperaba en la plaza, porque en la iglesia no se
podía entrar. Temiendo ((**It18.134**)) una
desgracia, ante tanta confusión, don Bosco bajó
del coche y algunos señores en compañía del
hercúleo Graziano, un coadjutor que había venido a
su encuentro desde Italia, le rodearon y lo mejor
que pudieron le abrieron paso. El Siervo de Dios
estaba tan cansado que no podía más; con todo,
quiso decir unas palabras al pueblo, se acercó a
la balaustrada y dio su bendición.
Si la entrada en la iglesia fue peligrosa, la
salida fue una empresa de miedo: con aquella
multitud de gente impaciente, podía suceder
cualquier cosa. <>. Y con todo,
para el que se encontrara lejos del alboroto
aquel, debióle parecer un conmovedor espectáculo
de fe.
El último día, quince de mayo, no salió del
seminario hasta el momento de la partida. Celebró
la misa de la comunidad y se despidió de los
seminaristas. No vio al Obispo de la diócesis,
monseñor Fava, por encontrarse ausente de la
ciudad; don Bosco, sin embargo, había ido a su
palacio, apenas llegó, por considerar que era un
deber suyo visitarlo, en señal de respeto.
Finalmente, a las nueve, dejó Grenoble y salió
para Italia en el tren directo, dando el adiós
definitivo a Francia, cuya benevolencia y
generosidad había experimentado de tantas formas.
Lemoyne recogió la noticia de un hecho
prodigioso que sucedió en Grenoble, antes de que
llegase don Bosco. Un tal Darberio tenía un hijo
enfermo de mal incurable y, lo que más afligía a
aquella piadosa familia, se oponía a recibir los
sacramentos; por ello el padre se había dirigido a
don Bosco por carta, suplicándole que rezara a
Dios para que al menos tocara el corazón de aquel
desgraciado.
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