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a efectuar su proyecto, pero, al llegar el
momento, no se atrevían.
Alguno, sin embargo, se arriesgó; pero una
mirada fulmínea del Santo infundía temor. Hubo
uno, más afortunado que los otros, el cual logró
su intento; pero don Bosco se dio cuenta y dijo
sonriendo al Superior:
-Señor Rector, usted tiene ladrones en casa.
El Rector enarcó las cejas con sorpresa; pero
fue cosa de un instante. Resulta atinada la
observación de aquel que hemos citado poco antes a
propósito de las lágrimas de don Bosco: él
concebia ingeniosamente dos cosas tan diferentes
como la severidad de aquella mirada y la
amabilidad de esta sonrisa. <>.
((**It18.133**)) El
autor de este comentario es el seminarista que
recibió el no de don Bosco, después del sí que dio
a su compañero. A este último le repitió la
invitación en la audiencia privada y no fue en
balde; en efecto fue a Marsella para hacer el
noviciado, llegó al sacerdocio y vivió como un
salesiano ejemplar hasta su muerte en el año 1923.
El otro, después de haber ejercido el ministerio
pastoral en la diócesis, entró en la gran Cartuja
de Grenoble, donde permaneció hasta la expulsión
de los religiosos de Francia. Es el padre Pedro
Mouton, hoy vicario de la Cartuja de Motta Grossa,
en Pinerolo; su relación sobre la estancia de don
Bosco en el seminario de Grenoble, cuenta muchas
cositas que pueden leerse en el apéndice de este
volumen 1.
Pero se calla un detalle que contó en nuestro
noviciado de Monte Oliveto 2.
Cuando estaba en el Seminario, corría peligro
de perder la vista o, al menos, no tener la
suficiente para seguir los estudios. Y la primera
vez que pudo tener entre sus manos la del Santo,
se la llevó a sus ojos con gran confianza y, en el
instante, se le curaron y desapareció para siempre
aquella preocupación.
La tercera jornada de don Bosco en Grenoble
transcurrió poco más o menos como la primera, con
la diferencia de que llovió; pero, aunque caía el
agua a cántaros, no detuvo a la muchedumbre en
1 Ap. Doc. núm. 21. En el reparto del botín de
la mesa de don Bosco tocóle a él el vaso, que
entregó a su familia, al hacerse monje, y ella lo
conserva religiosamente. En las fiestas de la
beatificación y canonización, lo llevaron al
banquete y todos tomaron en él un sorbito de vino.
2 La Voce di Monte Oliveto, marzo-abril de
1932.
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