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éxtasis. Corrían gruesas lágrimas por sus
mejillas, y como se diera cuenta de ello el
Superior, dijo fuerte con su voz dulce y
simpática:
>>-Don Bosco está llorando.
>>Es imposible describir la emoción que produjo
en nuestras almas aquella simple expresión. Las
lágrimas del Santo fueron todavía más elocuentes
que los inflamados suspiros de don Miguel Rúa. Nos
sentimos profundamente emocionados y reconocimos
la santidad ante la señal del amor y ya no
necesitábamos milagros para manifestar al Santo
nuestra veneración, mientras íbamos desde allí al
comedor>>.
Y he aquí lo que hicieron. Los seminaristas,
que eran ciento veinte, quisieron besar la mano a
don Bosco. En un abrir y cerrar de ojos se
pusieron de acuerdo. Dos se colocaron a su lado,
le tomaron los brazos para sostenerle y así,
mientras recorrían el pórtico hasta el refectorio,
pasaron todos de dos en dos besándole las manos. Y
téngase en cuenta que, en Francia, no es costumbre
besar la mano a los sacerdotes como hacemos en
Italia; allí es un acto que supone una alta
veneración personal.
Empezó entonces una porfía por hablarle en
privado.
((**It18.132**)) He
aquí un episodio. A la mañana siguiente, temprano,
el seminarista Eduardo Jourdan se escurrió, no se
sabe cómo, de la fila, corrió a la habitación de
don Bosco y llamó a su puerta. Nadie respondió,
pero salió Viglietti, el cual le dijo que don
Bosco se encontraba en la sala de lectura. Sin
decir palabra, el seminarista se dirigió allí,
seguido de un compañero que se le había añadido no
se sabe cómo. En aquel momento, se abrió la puerta
de la sala y apareció don Bosco. Dieron los dos un
salto y se arrodillaron ante él. Habló primero
Jourdan y dijo:
-Padre, estoy indeciso sobre mi vocación,
dígame qué debo hacer.
-Usted, amigo mío, necesita venirse conmigo, le
dijo don Bosco. Usted será salesiano.
También el otro le preguntó sobre el camino a
seguir y, por toda respuesta, recibió un gesto
negativo con la mano derecha, que quería
significar:
-A usted no le quiero.
Lo mismo al decir que sí, al primero, que al
decir que no al segundo, lo hizo en tono
categórico.
Otra ocurrencia tuvieron aquellos buenos
seminaristas; fue la de cortarle pedacitos de la
sotana o mechoncitos del cabello. Realizaron su
intento, mientras el Superior enseñaba a don Bosco
las distintas dependencias de la casa. Algunos
iban provistos de tijeras y se disponían
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