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Después del mediodía, empezó la procesión de
los visitantes; eran tantos que no fue posible
contentar a todos y, además, no se podía estorbar
el horario de la comunidad. Sucedió un prodigio
del que hubo muchos testigos. Una señora enferma,
llevada casi en peso ante don Bosco, recibió la
bendición y curó al instante, de forma que ella
misma recorrió el camino de vuelta sin recibir
ayuda de nadie. Pasó de la sala de audiencias a su
habitación; lo primero que hizo fue sacar las
monedas de oro y plata que rompían sus bolsillos,
y dijo bromeando:
-En Montpellier, si no aceptábamos el dinero,
nos lo echaban por detrás y consideraban como un
favor que nosotros lo aceptáramos.
Volvió a encontrarse en Montpellier con un
antiguo y querido amigo, el doctor Combal, que
tenía allí su residencia 1.
Apenas supo éste la llegada de don Bosco, se
apresuró para ir a saludarlo aquella misma tarde y
repitió, además, su visita en las dos tardes
sucesivas. La última vez llevó consigo a su
familia y no quiso separarse de él, sin antes
hacer un examen detenido del estado de su salud.
Al salir de la habitación, se encontró con don
Miguel Rúa y Viglietti y les confirmó el
diagnóstico de dos años antes.
-Don Bosco, repitió él, no tiene más enfermedad
que una extrema postración de fuerzas. Si don
Bosco no hubiese hecho nunca ningún milagro, yo
creería que el mayor de todos es su propia
existencia. Es un organismo deshecho. Es un hombre
muerto de fatiga y sigue trabajando todos los
días, come poco y vive. Este es para mí el mayor
de los milagros.
Los seminaristas manifestaban una afectuosa
admiración por don Bosco; para poderle escuchar,
habrían dejado vacío el seminario por correr tras
él. Después de la cena, se presentó ante ellos en
un salón. No se podía mantener en pie. Tenía
deseos de hablar; pero era tal su cansancio que
debió renunciar a ello ((**It18.125**)) y se
limitó a darles la bendición a todos juntos. Sin
embargo, su simple presencia fue más elocuente y
eficaz que cualquier discurso.
Vivía en Montpellier una pariente suya, pero
quizás ni él mismo lo sabía, o tal vez no lo
recordaba. Francisco Bosco, hijo de Juan, tío
paterno del Santo, había emigrado de Italia, no
sabemos por qué motivo, con su mujer, una tal
Zagna; terminó su vida prematuramente en Marsella
el año 1870, y dejó dos hijas muy niñas todavía.
Estas se educaron en Montpellier, en el orfanato
de las Hermanas de Nazaret,
1 Véase Vol. XVII, pág. 58.
(**Es18.115**))
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