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por las habitaciones..., saludarnos sollozando y
no saber cómo marcharse... Llegaban hasta la
puerta, y después se volvían atrás...;
volvían a entrar para besar la cama de don Bosco;
nos volvíamos a saludar; los pobres no conseguían
darse cuenta de lo que les pasaba>>.
Don Bosco no había podido nunca hablar a todos
los alumnos juntos; por eso, después de la comida,
en el último momento, fue a la iglesia donde
estaban reunidos para recibir sus recuerdos y les
dijo unas palabras, los bendijo y se despidió. Los
muchachos se enjugaban las lágrimas.
((**It18.116**)) Los
empleados del ferrocarril de Sarriá a Barcelona
quisieron tener el honor de llevarlo en su tren,
ya que siempre había hecho el viaje en coche; por
ello, le prepararon un vagón especial, y, junto
con sus señoras, le colmaron de atenciones al
llegar, subieron con él las principales
autoridades de la población y, además, varios
Cooperadores y amigos. No estaban allí don Luis y
don Oscar Pascual. Como sabían que en la estación
de Barcelona se había aglomerado mucha gente,
salieron a su encuentro con sus coches en la
penúltima estación, recibieron a don Bosco y a sus
compañeros y los acompañaron al tren de Francia
por otro camino más solitario, ahorrándole así
molestias y emociones.
Junto al tren de Francia, se encontró don Bosco
con doña Dorotea a quien acompañaba un grupo de
señoras y señores, que iban a darle el último y
conmovido adiós. Algunos subieron con él al tren
para descender en otra estación, después de dos
horas de recorrido.
Doña Dorotea, al volver a su casa, iba
recordando las santas palabras oídas y las cosas
santas vistas en aquellas semanas, durante las
cuales había hecho verdaderamente de María y de
Marta. Siempre que le había sido posible, había
oído con seráfica piedad la misa del Siervo de
Dios y había prestado, con sus propias manos, los
servicios referentes a su persona. Hasta había
llamado a pintores para adornar la sala de su
palacio donde pensaba hospedar a tan venerando
personaje; y, cuando don Bosco se marchó de allí,
la conservó como una reliquia, convirtiéndola
después en capilla y recogiendo en grandes
armarios los muebles y objetos que él había usado.
Había sido algo edificantísimo ver cómo la buena
señora, a quien toda Barcelona admiraba y veneraba
por el heroísmo de su caridad, permaneciese ante
don Bosco humilde como una niña que no supiese
hablar.
Dos veces durante el mes de mayo, don Celestino
Durando, como Prefecto General, envió a las casas
salesianas sencillas relaciones del
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