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allí a rezar y a dar gracias a la Santísima
Virgen. Conocida su intención, fueron muchos los
que se agolparon en los balcones, en las aceras y
en la iglesia. Le recibió a la puerta un nutrido
grupo de nobles señores, que le acompañaron hasta
el presbiterio, donde fue invitado a sentarse en
un puesto especial. Frente a él había un coro de
muchachos, que cantó, con acompañamiento de
orquesta, la Salve Regina; después se realizó un
acto, que bien podemos calificar de histórico.
Pero, antes, hay que exponer los antecedentes.
Barcelona, la metrópoli catalana, está coronada
por amenas y fertilísimas (sic, en el original)
colinas; entre ellas hay una, la más alta de
todas, que domina la ciudad, los valles y llanuras
colindantes y las ciudades vecinas. No sería fácil
imaginar un paisaje más encantador que el que se
divisa desde allí; por eso, fue siempre lugar de
reuniones para los ciudadanos y para los
forasteros. La colina tiene un nombre muy
original, porque se llama monte Tibidabo. Por su
altura y por la amenidad del entorno, la
imaginación popular ha localizado allí la tercera
tentación de Jesús, dando curso a la leyenda de
que el demonio trasladó allí al Salvador y,
mostrándole todos los reinos del mundo, le dijo,
precisamente desde aquella cima: Haec omnia TIBI
DABO, si cadens adoraveris me (Todo esto te daré,
si me adoras) (Mt. 4, 9).
Hacía pocos años que la cumbre de aquella
colina había caído en manos de hombres
desaprensivos, que querían convertir aquel lugar
en un sitio de diversiones malsanas moralmente o
también favorecer la erección de un templo
protestante. Ante tal amenaza, siete buenos
señores se pusieron de acuerdo y, en el 1885, la
compraron, para impedir que un sitio tan hermoso
cayera en manos del demonio; una vez adquirido, ya
se pensaría cuál podría ser el mejor destino que
se le podría dar. Mientras tanto,
provisionalmente, habían levantado allí una
capilla dedicada al Sagrado Corazón de Jesús.
((**It18.113**)) Y
henos ahora aquí con don Bosco. Su presencia en
Barcelona había hecho nacer en aquellos señores el
pensamiento de entregárselo a don Bosco a fin de
que pudiera responder a cualquier mal intencionado
con las palabras del Señor: Vade retro, Satana
(Apártate, Satanás) (Mc. 8, 35). Uno de los
copropietarios se había opuesto, diciendo que ni
siquiera sabía quién era el tal don Bosco; pero
don Manuel Pascual le habló de él con tanta fuerza
de persuasión que el pobrecillo, presa de un temor
arcano, se puso a llorar a lágrima viva y hubo que
consolarlo y confortarlo.
Y mientras don Bosco estaba allí en oración, se
adelantaron hacia él los señores propietarios del
monte Tibidabo y se leyó una acta
(**Es18.105**))
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