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((**Es17.90**) avezado a recibir, más que a dar. Hoy han cambiado las cosas y día tras día se nos merma lo poco que poseemos con las contribuciones que exige el nuevo gobierno. A pesar de ello, se sostienen en Roma las obras de caridad como antes. >>Y quién las sostiene? El pueblo romano. Estáis viendo con qué magnificencia se adornan nuestras iglesias: >>y quién prodiga estos tesoros? El pueblo romano. Los altares de la Virgen resplandecen con el fulgor de tantas luces, alegran a los devotos con tantas flores: y >>quién ofrece su óbolo para honrar a la Madre de Dios? El pueblo romano. Y hay patricios que dan de limosna hasta cien mil liras de una vez. Parecería, pues, que tendrían que bastaros las obras buenas que ya hacéis, señores cooperadores y señoras cooperadoras de Roma. Imponeros nuevas cargas podría parecer algo inoportuno. Pero yo conozco vuestra generosidad. Los romanos no dejarán, sin duda, a don Bosco solo en esta empresa, sino que contribuirán con su fe y caridad, cuya fama corre por el mundo. Sí, socorred también esta obra en la medida de vuestros medios y aun con algo más. Vosotros mismos veis la necesidad que hay de una iglesia en el nuevo barrio tan poblado, la necesidad de un hospicio para tantos muchachos pobres. Contribuid también a ayudar a los Salesianos en esta empresa, que les confía la Providencia de Dios por manos del Sumo Pontífice. No temáis por vosotros ni por vuestros seres queridos, pues, si necesario fuere, Dios echará mano también de los portentos para premiar vuestra caridad. Merced a vuestra cooperación, se podrá repetir con más razón que el siglo, atraído por el fulgor de las obras de la caridad, ha confesado la verdad de nuestra santísima religión y quedó prendado de ella: et nos cognovimus et credidimus caritati. Un precioso motete cantado por las nobles Oblatas y la bendición eucarística, impartida por monseñor Kirby, pusieron término a la ceremonia. Don Bosco, así que estuvo de vuelta en casa, pensó inmediatamente en los preparativos para la audiencia pontificia. Era una audiencia que le tocó esperar mucho. La había pedido por escrito a monseñor Macchi el día veintitrés de abril. El portador de la carta había recibido el encargo de preguntar al maestro de Cámara cuándo podía volver para la contestación, ((**It17.96**)) pero Monseñor le dijo que no tendría que molestarse, pues él mismo enviaría, dentro de uno o dos días, la tarjeta de entrada a don Bosco, al cual, mientras tanto, mandaba sus saludos. Pasaron los dos días y no llegó la contestación. Y, sin embargo, el predicador cuaresmal siciliano Di Pietro, que había predicado en Turín y a su paso por Roma se hospedó en el Sagrado Corazón, obtuvo enseguida la audiencia el día veinticinco por medio de monseñor Macchi. A pesar de todo, don Bosco se animó, al oír de su huésped que en la audiencia, que duró cerca de hora y media, el Papa le había pedido noticias de él, de su salud y particularmente de sus ojos, hablando de él con mucha amabilidad 1. 1 El sacerdote Salvador Di Pietro, de Palermo, escribía en una carta del 9 de febrero de 1888: <(**Es17.90**))
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