((**Es17.87**)
Termino encomendándome a vuestras oraciones,
mientras os aseguro que rezare y haré que mis
muchachos recen siempre por vosotros.
Después de bajar de la tribuna el Santo, subió
el Cardenal. El eminentísimo Parocchi poseía la
cultura y la facundia del verdadero conferenciante
y así lo apreciaron hasta los profanos. Su
discurso, aun en la resumida forma en que nos ha
llegado, parece de tanta importancia para nuestra
historia que conviene referirlo en el curso de la
narración, mejor que relegarlo como apéndice, al
final del volumen.
Querría tener plena libertad de palabra, sobre
la misión de los salesianos y de su fundador,
libertad para expresar mi pensamiento, mi sentir
respecto a él, a sus obras y a su benemérita
Congregación. Pero mi libertad está coartada por
la presencia del hombre de Dios, del hombre de la
Providencia, de la perla del Sacerdocio italiano
católico y de algunos de sus socios. Me conviene,
pues, callar, porque un elogio ofendería su
modestia. Mas, si yo callo, hablan bastante sus
obras. Hablan de don Bosco y de sus hijos los
muchos colegios esparcidos por Italia, Francia,
España y hasta por las lejanas Américas. Hablan de
don Bosco y de sus hijos, celebran sus alabanzas
las numerosas iglesias levantadas en diversas
partes del mundo en el lapso de pocos años; hablan
los muchos libros impresos para la instrucción
religiosa del pueblo; hablan las muchas obras de
valer dadas a luz, y los clásicos expurgados para
librar a la juventud de lo que hay en ellos de
peligroso en la literatura italiana; hablan los
oratorios festivos, las escuelas diurnas,
festivas, ((**It17.92**)) en las
que los jovencitos aprenden a amar a Dios y a
servirle, y reciben al mismo tiempo una
instrucción como conviene a su condición; hablan
las numerosas misiones que, a la vuelta de pocos
años se establecieron en América y prosperaron
para gloria de la Iglesia católica y de la
civilización. Si yo callo, el nombre de este
hombre de la Providencia, de don Juan Bosco,
resuena en los labios de cien mil jovencitos, que
lo reconocen como padre. Si yo callo, predica su
nombre su Congregación junto con sus numerosos
socios; habla de él la obra verdaderamente romana,
comenzada y proseguida por él con un coraje
romano, habla la iglesia del Sagrado Corazón de
Jesús y el hospicio anejo, que vemos levantarse
entre nosotros.
Ciertamente no puede haber elogio que iguale la
magnitud, el beneficio, el heroísmo, que
caracterizan las obras del incomparable don Bosco.
De la Congregación por él fundada y ampliamente
extendida ya se recogen en el suelo tan
espléndidos y providenciales frutos que sólo el
pensar en ellos causa estupor.
Pero, señores cooperadores y señoras
cooperadoras, estas obras, aunque sean admirables,
no son algo que sepa a novedad, algo que en los
pasados siglos no tenga su comparación. Siempre se
habló de misiones en los pueblos salvajes y
bárbaros; se habló de predicaciones, de iglesias,
de hospicios, de difusión de buenos libros, de
educación de la juventud. Todas estas obras
existían antes de los Salesianos, existen ahora y
existirán en el porvenir, porque son propias de la
naturaleza misma de la Iglesia Católica.
Por consiguiente, no quiero llamar vuestra
atención sobre este punto; sino que me dirijo a
vosotros, que os honráis con el nombre de
salesianos, nombre hermoso que recuerda al Santo
de la dulzura y la caridad, nombre hermoso también
por la significación, que presta a vuestras obras
sal y luz, y es mi intención hablaros de lo
que(**Es17.87**))
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