((**Es17.81**)su pobre
cabeza estaba tan cansada que, a menudo, ya no era
capaz de hilvanar las ideas; por eso salía todas
las tardes a respirar un poco de aire y paseaba
unos tres cuartos de hora, apoyándose en el brazo
de don Juan Bautista Lemoyne. Por entonces se
podía andar por aquellos parajes de Roma con
tranquilidad, porque escaseaban los edificios y el
tráfico.
Fueron sobre todo los periódicos italianos y
franceses los que más concurrieron para poner en
movimiento a tanta gente hacia él. La Croix, por
ejemplo, en su número del veintidós de abril,
anunciaba la llegada de dos ilustres obispos y
añadía: Et de dom Bosco, le grand bienfaiteur des
orphelins. No se contentó con tan lacónica noticia
el Journal de Rome, sino que, en el número del
veinticinco de abril, publicó nada menos que la
entrevista de uno de sus colaboradores con don
Bosco. Es una conversación que merece ser leída
siquiera en resumen.
-Hacía mucho tiempo, dijo el interlocutor,
deseaba yo saludar al insigne sacerdote, que
presta tan luminosos servicios a la causa
católica; pero mi visita tiene además un motivo de
curiosidad, que le ruego tenga a bien satisfacer.
Yo siempre me pregunto en virtud de qué milagro
pudo usted fundar tantas casas en tan diversos
países del mundo.
-Sí, contestó el Santo, he logrado hacer más de
lo que esperaba, pero ni yo sé cómo sucedió. Mas,
vea de qué modo me lo explico. La Iglesia y, sobre
todo, las actuales generaciones han sido
consagradas de una manera especial a la Santísima
Virgen por el Papa. Ahora bien, la Santísima
Virgen, que conoce las necesidades de nuestros
tiempos, hace que sus devotos sientan el deber de
contribuir con limosnas y donativos a crear y
sostener la obra más necesaria de nuestros días,
la educación de la juventud. Mire: en cierta
ocasión, estando yo en Turín, me escribieron mis
hermanos, ((**It17.85**))
pidiéndome para nuestra iglesia, que se construye
aquí en Roma, veinte mil liras, que imperiosamente
necesitaban en el plazo de ocho días. En aquel
momento, yo no tenía dinero. Se me ocurrió una
idea. Coloqué la carta junto a la pilita del agua
bendita; elevé una fervorosa oración a la Virgen y
me acosté, dejando en sus manos el asunto. A la
mañana siguiente, recibí carta de un desconocido
la cual decía en resumen que: había prometido a la
Virgen dar veinte mil liras para una obra de
peticiones van acompañadas de cartas y
recomendaciones de personajes poderosos>>. Una
carta de muy otra especie, que le satisfizo mucho
fue la que recibió de su queridísimo padre Mortara
(Ap. Doc. núm. 10).(**Es17.81**))
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