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en la iglesia, especialmente porque guardaba la
prodigiosa imagen de la Virgen de las Nieves, muy
venerada en La Spezia, la cual había sido
trasladada allí solemnemente desde la iglesia
abacial de Santa María con una procesión, en la
que tomó parte el mismo obispo de la diócesis,
monseñor Rosati.
Don Bosco vino, pues, no recuerdo exactamente
qué año, tal vez en el ochenta y dos o en los
primeros meses del ochenta y tres, a visitar
aquella obra salesiana que había hecho grandes
progresos desde sus humildes principios y tenía
que hacer más aún en el porvenir.
Recuerdo que lo saludé el día de su llegada y
volví a besarle la mano, lo cual repetí
probablemente el día de su salida, mas sin poder,
si mal no recuerdo, intercambiar una palabra con
él. Oí la conferencia, que él pronunció desde el
púlpito de aquella iglesia ante un auditorio, por
desgracia escaso, tal vez por ser día laborable y
a una hora poco favorable. Pero aquel Santo varón
me pareció cansado y algo enfermo de las piernas.
En el verano de 1884, tenía verdadera esperanza
de tener una entrevista con él, pero también esta
vez quedé decepcionado. Se había inaugurado en
Turín una grandiosa exposición artística e
industrial y fui con mi padre a visitarla. No
dejamos de visitar la otra gran exposición de
miserias humanas que es la pequeña Casa de la
Providencia -El Cottolengo-, milagro perenne de
caridad, prueba palpable de la divinidad de
nuestra religión. Fuimos al vecino Oratorio
Salesiano, con la firme intención de hablar con
don Bosco, y pedimos este favor.
((**It17.901**)) Se nos
contestó:
-Ahora está confesando a los muchachos; cuando
termine, podrán hablar con él.
Y nos enseñaron, cuando nosotros estábamos en
el patio, cómo estaba sentado cerca de la puerta
abierta de la sacristía en la iglesia de María
Auxiliadora, cercado de un gran grupo de
muchachos, cuya confesión oía. Pero el tiempo
pasaba y los pequeños penitentes se renovaban
continuamente a su alrededor, de modo que
renunciamos a la esperanza de verlo y nos
retiramos.
Aquella fue, por desgracia, la última vez que
vía a aquel santo; pero la visión, que de él queda
en mi mente, es la del Apóstol de la juventud en
el ejercicio del sagrado ministerio, por el que ha
salvado a tantas almas y lanzó a tantos jóvenes a
hacerse sus imitadores por el camino de la
perfección.
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