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grupo de muchachos echó a correr hacia él. Pero él
agarró el paraguas, que tenía un mango grueso como
el de los campesinos, lo levantó y, esgrimiéndolo
como una espada lo manejaba con destreza y rapidez
para rechazar el asalto. Tocaba a uno con la
punta, a otro en el costado, y, entre tanto, se
acercaban los demás por el otro lado, y todos
nosotros desbordábamos de alegría. Parecía un
párroco de aldea de ésos que te tratan
familiarmente y sin cumplidos. Caminaba despacio
como si quisiese decir con su paraguas:
-íDejadme en paz! íDejadme seguir mi camino!
Turín, 8 de noviembre de 1935
PEDRO PONS
C (el original en francés)
Era en el antiguo santuario franciscano de
Nuestra Señora de los Angeles, que domina con su
humilde cúpula el amplio valle de Stura, cerca de
Coni, en Piamonte. Presentóse en la sacristía, un
vejete muy aseado, con la cabeza y el porte de un
artista para ayudar a misa, servicio que prestó
por otra parte, con profunda y sencilla piedad.
Al volver del altar a la sacristía espetó a
quemarropa al celebrante que él sabía que era
salesiano 1.
-Yo también he sido educado por don Bosco.
->>Por el mismo don Bosco?
-Sí, de 1870 a 1876, en el Oratorio de Turín.
-Entonces usted lo ha conocido muy bien,
porque, en aquellas fechas, estaba todavía en
pleno vigor.
-íVaya si lo he conocido!
->>Y qué recuerdos le quedan de él?
El vejete se recogió un instante, un largo
instante, hurgando minuciosamente en su memoria,
para sacar de ella recuerdos claros y exactos, y
respondió:
-He guardado de él dos recuerdos, sobre todo:
que siempre estaba de buen humor y que nunca nos
castigaba.
-íEso es imposible, porque usted haría alguna
<> de vez en cuando!
-Evidentemente, no éramos unos santos, ni mucho
menos; pero tenía su manera peculiar de
corregirnos.
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->>Cuál?
-íMuy sencilla, pero muy eficaz! Nos llamaba y,
ser llamados por don Bosco cuando uno tenía algo
de qué reprocharse, ya era un castigo. Después nos
recibía con una sonrisa, nos miraba fijamente a
los ojos y nos decía:
-Está bien claro que tú no quieres a don Bosco.
->>Por qué dice usted eso, Padre?
-Está muy claro, es así.
-No.
-Sí.
-No.
1 Narra el hecho don Agustín Auffray, director
del Boletín francés.
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