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los llevó a la sacristía, donde oyó contar el
sueño y todo lo demás. Cuando don Bosco terminó la
misa, volvió a la sacristía y se quitó los
ornamentos, corrió el niño a él y le suplicó con
las manos juntas:
-íPadre mío, sálveme!
Don Bosco aceptó, sin más, al pequeño saboyano
y lo tuvo varios años en el Oratorio.
íCosa singular! Después de cincuenta años se
repite todavía el mismo hecho; adondequiera que
uno vaya, se encuentran muy a menudo personas que
tienen alguna interesante novedad que contar
acerca de don Bosco.
Las felicitaciones del Inspector escolástico
por el bien obrado por los Salesianos en La Spezia
eran justificadas y merecidas. La casa había
conseguido realmente el fin pretendido por don
Bosco al fundarla, a saber, detener la carrera
triunfal de los protestantes en la ciudad. Había
contribuido a hacerles perder la pública
estimación la conducta de su ministro, un
subdiácono, que se había casado con una monja.
Según afirmaba el Inspector, en los años
anteriores asistían a las escuelas protestantes
unos ochocientos muchachos, y en 1884 apenas si
había diecisiete; las escuelas salesianas las
habían despoblado lindamente.
El lunes después de Pascua, muy temprano, don
Bosco salió para Roma.(**Es17.71**))
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