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sólo con el tributo de la admiración, sino con el
eficaz concurso de nuestra generosidad, a
considerar el levantamiento del nuevo templo en la
ciudad Eterna. Hay un hombre en Italia, un digno
eclesiástico, a quien parecen estar confiados
muchos preciosos designios de la divina
Providencia. En este sacerdote puso los ojos el
santísimo Pontífice León XIII y le dijo:
-Os confiamos la erección del gran templo para
ser consagrado en Roma al culto del Corazón
divino. Nos contribuiremos, reservándonos la
construcción de la fachada.
Y don Juan Bosco puso resueltamente manos a la
obra. Ya se levanta airosa la nueva iglesia con un
amplio edificio a su lado para vivienda de
sacerdotes y albergue de niños pobres, que tendrán
en él escuelas diurnas y nocturnas; allí, en la
zona del Castro Pretorio, frente a las capillas y
escuelas de los protestantes, como nueva Arca
Santa contra Dagón; allí donde se abre la nueva
Roma profana, la Roma burguesa, obrera, comercial
e industrial , donde no hay todavía un templo
católico y se siente muchísimo la falta de
religión; allí, desde la altura donde se levanta,
parece que debe mirar al mundo y donde por la
proximidad de la estación ferroviaria central, es
continua la llegada de forasteros. El templo que
se está levantando es prometedor para quien lo
contempla, quiere ser digno hermano de los
monumentos romanos, pero aguarda su acabamiento,
aguarda los adornos y frisos que lo decoren; el
admirable don Bosco, prodigándose, a una con sus
hijos de la Congregación Salesiana, ya ha gastado
en él muchísimo dinero; pero se requiere más
todavía para dejarlo completamente acabado. A
pesar de todo, aun cuando la laboriosidad de los
Salesianos llegue a esto, no todo quedará
cumplido. El templo aguarda del Papa su clásica
fachada.
Las aguas del Po y del Dora, que vieron llegar
a sus orillas al joven Bosco y que lo tienen ahora
consigo, desde hace cincuenta años, convertido en
educador del pueblo, se afanan por ser la cuna de
no pocas magnánimas familias patricias. Ahora
bien, a un ilustre vástago de estas familias,
vínole un pensamiento digno del apostolado de don
Bosco y adecuado a las tradiciones de su religiosa
patria 1. Pensó y dijo:
-La iglesia, que Roma ve levantarse para gloria
del divino Corazón, debe contener la especial
significación de la fe y de la piedad de nuestra
Italia; conviene, pues, que los italianos
concurran poderosamente a ayudar a su
construcción. Y nuestro Santo Padre que se alzó
como caudillo de todos, al aconsejar el glorioso
templo, y prometió pagar la fachada, El, que se ve
apremiado por gravísimas necesidades y vive de la
limosna de los católicos, >>no espera tal vez que
nosotros hagamos algo? Además de esto, >>no es
conveniente que los italianos, atacados no ha
mucho por el cólera y duramente amenazados siempre
por todas partes, para obtener de Dios ser
preservados del azote, se industrien en su honor y
sean generosos hasta donde les sea posible? >>No
es esto conveniente, teniendo ante los ojos los
ejemplos del Pontífice, el cual ((**It17.819**)) dio la
cantidad de un millón para el nuevo hospital de
Santa Marta contiguo al Vaticano, mientras,
combatido como es por el mundo, lo espera todo y
pone toda su confianza en la divina Providencia,
atento y absorto en el culto del divino Corazón?
Pues bien, hágase un voto nacional; y resuélvanse
todos los hijos de la creyente Italia, el pobre
con su pequeño óbolo, el rico con su generoso
donativo, a proporcionar el dinero necesario al
Padre Santo, para que con la aportación de todos
pueda construir la fachada del templo italiano de
Roma.
Esta idea del patricio turinés agradó, corrió
de boca en boca y encontró promotores. Alcanzó el
honor de penetrar en las aulas del Vaticano, y el
Pontífice reinante la
1 El Conde César Balbo, nieto del célebre
historiador del mismo nombre.
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