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Carta de monseñor Cagliero al
cardenal Alimonda
Eminencia Reverendísima:
Era mi deseo y también mi deber haber escrito
antes a Vuestra Eminencia desde esta Capital
argentina. Pero no lo hice, apoyándome en el
perdón de su generoso corazón y para poder darle
mejores noticias sobre nuestras misiones.
Como ya sabe Vuestra Eminencia, nuestro viaje
fue felicísimo y fue muy celebrada nuestra llegada
por los hermanos Salesianos y nuestros numerosos
amigos italianos y argentinos.
El señor Arzobispo y sus Vicarios Generales, el
Clero secular y regular no sólo me dieron pruebas
de cortesía, sino de verdadero afecto por el
aprecio y veneración que conservan a Vuestra
Eminencia y a nuestro Rvmo. padre don Bosco y
porque tienen un corazón verdaderamente católico,
que ama el bien y a los que desean hacerlo.
No así la prensa diaria impía, que domina en
estas desdichadas repúblicas. Aún no habíamos
desembarcado y ya se ponían en guardia porque
sabían que iba a llegar un Capitán de la Falange
Salesiana ((**It17.810**)) y un
General del ejército de Jesucristo, y azuzaron con
algunos artículos al Gobierno y al pueblo contra
nosotros y contra nuestras Misiones. En
consecuencia, la prudencia me aconsejó irme a toda
prisa al campo y darles a entender que las cosas
marchaban muy diversamente de como ellos pensaban.
Por eso, primero fui a visitar a nuestros
colegios, seminarios y las muchas casas que
tenemos en estas dos Repúblicas; después me
dediqué a predicar y administrar la confirmación
con gran satisfacción de monseñor Aneyros, que
verdaderamente necesita que Roma le asigne al
menos un Auxiliar en la persona de uno de sus
buenos Vicarios Generales.
Por fin, asistí a funciones públicas y aún
oficiales, pero siempre como Prelado Salesiano
simplemente y Obispo de Mágida.
De este modo, se calmaron y disiparon las nubes
que amenazaban tempestad, al tiempo que se dejaba
lugar a la divina Providencia para disponer bien
las cosas de la Misión.
Y, en efecto, los tres meses que pasé en esta
ciudad me fueron necesarios para poder conocer a
los gobernadores y a otras autoridades militares
de Patagonia y Tierra del Fuego, trabar relación
con ellos y arrastrarlos a favorecer nuestros
planes civilizadores de aquellos desiertos.
También los aproveché para buscar ayuda económica
entre los buenos católicos argentinos.
Nuestra buena Madre María Auxiliadora nos ha
protegido y ha conducido las cosas de tal modo que
dos gobernadores, el de Santa Cruz y el del
Neuquén, ya aceptaron a nuestros Misioneros, y el
padre Fagnano, nuestro Prefecto Apostólico,
partirá pronto para el sur, las Malvinas y Tierra
del Fuego.
Hemos obtenido de uno de los Ministros pasajes
gratuitos para once salesianos, de los que ya han
partido cinco; yo he podido obtener del Ministro
de la Provincia una recomendación especial para
las autoridades militares que están bajo su
jurisdicción y mañana, Dios mediante, dejo Buenos
Aires y salgo con una pequeña escolta hacia mi
destino. Desde las orillas del Río Negro, le diré
después cómo soplan los vientos pamperos y los
céfiros del desierto.
Esta carta le llegará cuando yo esté en
Patagonia y se oirán en Turín los vivas a
(**Es17.700**))
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