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((**Es17.69**) ninguna. íAh! No olvidéis que es una obligación hacer obras de caridad. Cuando no se tiene dinero, se pueden dar prendas de vestir, se pueden entregar comestibles, se puede buscar y animar a otros para que lo den. Si no tenemos absolutamente nada, queda todavía la obra de las obras: la oración. Rezad para que el Padre Santo encuentre satisfacción y aliento en su gran misión de gobernar la Iglesia; rezad por los operarios evangélicos, para que el Señor les dé salud, fuerzas, virtudes, medios, correspondencia y triunfo en sus misiones; rezad por las almas de los descarriados para que se conviertan, de los justos para que perseveren; ésta es una limosna que no todos la dan. ((**It17.70**)) Algún otro, para librarse de dar limosna, dice: -Yo podría dar limosna, pero deseo ahorrar algo para mis necesidades futuras; pueden llegar años en los que el campo rinda poco, de estancamiento económico, de quiebra y desgracias parecidas. Es preciso, pues, que piense en el porvenir y ponga a buen recaudo algunos fondos. -Por desgracia, lo que se llama previsión es efecto de falta de confianza en la divina Providencia; por desgracia, se ahorra hoy, se ahorra mañana; a los excedentes de años anteriores se añaden los sobrantes del año siguiente, aumenta en el corazón el amor al dinero y el espíritu de avaricia; por desgracia, al aumentar la fortuna se endurece cada vez más el corazón hacia los pobrecitos y, poco a poco, el mismo dinero arrastra a un cristiano al infierno. Los cristianos inteligentes no amontonan dinero para un tiempo que pasa veloz como el relámpago, dinero que, hablando en plata, puede calificarse como dinero de muerte; los cristianos inteligentes llevan a la eternidad el dinero de la vida con sus buenas obras. San Lorenzo era el depositario de los tesoros de la Iglesia Romana. El Presidente pagano, codicioso de estas riquezas, llamó ante su Tribunal al santo diácono, y le mandó entregar todo el oro, plata y piedras preciosas que tenía en depósito. San Lorenzo prometió que lo haría, si le dejaba unos días para juntarlo todo. Asintió el Presidente, seguro de tener en su poder al poco tiempo la presa ansiada; pero Lorenzo, después de repartir a los pobres el dinero obtenido con la venta del tesoro, juntó un crecidísimo grupo de ellos en el atrio del Presidente. Entró en el palacio, presentóse a él y le rogó que tuviera a bien salir hasta el atrio para ver allí cumplida la promesa. Al contemplar el Presidente aquella turba de miserables, extrañado, preguntó a Lorenzo por qué había llevado toda aquella gente. -Estos pobres, contestó el Santo, son los tesoros de la Iglesia y te los presento como había prometido. El Presidente, creyendo que se burlaba de él, se enfureció: -Te he pedido el oro y la plata; >>dónde lo has escondido? Y el Santo le contestó: -Facultates Ecclesiae, quas requiris, in caelestes thesauros manus pauperum deportaverunt. (Las riquezas de la Iglesia que tu quieres, fueron llevadas a los tesoros celestes por manos de los pobres). Sí, queridos míos. Las manos de los pobres llevan nuestras limosnas al paraíso. Dar a los pobres nuestro óbolo es ponerlo en manos de Jesucristo. El divino Salvador protestó que, en el juicio final, pronunciará su sentencia de acuerdo principalmente con las entrañas de misericordia que hayamos tenido o dejado de tener con los pobres, y dirá paladinamente ante todo el mundo: -Lo que habéis hecho al más pequeño de éstos, me lo habéis hecho a mí. ->>Queréis llevar con vosotros vuestro dinero, pero no a la tumba, ni a la perdición, ni a la eternidad del infierno, sino a la eternidad del Paraíso? Dad limosna a los pobres, especialmente cuando se trata de ayudar a la salvación de sus almas. El(**Es17.69**))
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