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ninguna. íAh! No olvidéis que es una obligación
hacer obras de caridad. Cuando no se tiene dinero,
se pueden dar prendas de vestir, se pueden
entregar comestibles, se puede buscar y animar a
otros para que lo den. Si no tenemos absolutamente
nada, queda todavía la obra de las obras: la
oración. Rezad para que el Padre Santo encuentre
satisfacción y aliento en su gran misión de
gobernar la Iglesia; rezad por los operarios
evangélicos, para que el Señor les dé salud,
fuerzas, virtudes, medios, correspondencia y
triunfo en sus misiones; rezad por las almas de
los descarriados para que se conviertan, de los
justos para que perseveren; ésta es una limosna
que no todos la dan.
((**It17.70**)) Algún
otro, para librarse de dar limosna, dice: -Yo
podría dar limosna, pero deseo ahorrar algo para
mis necesidades futuras; pueden llegar años en los
que el campo rinda poco, de estancamiento
económico, de quiebra y desgracias parecidas. Es
preciso, pues, que piense en el porvenir y ponga a
buen recaudo algunos fondos.
-Por desgracia, lo que se llama previsión es
efecto de falta de confianza en la divina
Providencia; por desgracia, se ahorra hoy, se
ahorra mañana; a los excedentes de años anteriores
se añaden los sobrantes del año siguiente, aumenta
en el corazón el amor al dinero y el espíritu de
avaricia; por desgracia, al aumentar la fortuna se
endurece cada vez más el corazón hacia los
pobrecitos y, poco a poco, el mismo dinero
arrastra a un cristiano al infierno. Los
cristianos inteligentes no amontonan dinero para
un tiempo que pasa veloz como el relámpago, dinero
que, hablando en plata, puede calificarse como
dinero de muerte; los cristianos inteligentes
llevan a la eternidad el dinero de la vida con sus
buenas obras. San Lorenzo era el depositario de
los tesoros de la Iglesia Romana. El Presidente
pagano, codicioso de estas riquezas, llamó ante su
Tribunal al santo diácono, y le mandó entregar
todo el oro, plata y piedras preciosas que tenía
en depósito. San Lorenzo prometió que lo haría, si
le dejaba unos días para juntarlo todo. Asintió el
Presidente, seguro de tener en su poder al poco
tiempo la presa ansiada; pero Lorenzo, después de
repartir a los pobres el dinero obtenido con la
venta del tesoro, juntó un crecidísimo grupo de
ellos en el atrio del Presidente. Entró en el
palacio, presentóse a él y le rogó que tuviera a
bien salir hasta el atrio para ver allí cumplida
la promesa. Al contemplar el Presidente aquella
turba de miserables, extrañado, preguntó a Lorenzo
por qué había llevado toda aquella gente.
-Estos pobres, contestó el Santo, son los
tesoros de la Iglesia y te los presento como había
prometido.
El Presidente, creyendo que se burlaba de él,
se enfureció:
-Te he pedido el oro y la plata; >>dónde lo has
escondido?
Y el Santo le contestó:
-Facultates Ecclesiae, quas requiris, in
caelestes thesauros manus pauperum deportaverunt.
(Las riquezas de la Iglesia que tu quieres, fueron
llevadas a los tesoros celestes por manos de los
pobres).
Sí, queridos míos. Las manos de los pobres
llevan nuestras limosnas al paraíso. Dar a los
pobres nuestro óbolo es ponerlo en manos de
Jesucristo. El divino Salvador protestó que, en el
juicio final, pronunciará su sentencia de acuerdo
principalmente con las entrañas de misericordia
que hayamos tenido o dejado de tener con los
pobres, y dirá paladinamente ante todo el mundo:
-Lo que habéis hecho al más pequeño de éstos,
me lo habéis hecho a mí.
->>Queréis llevar con vosotros vuestro dinero,
pero no a la tumba, ni a la perdición, ni a la
eternidad del infierno, sino a la eternidad del
Paraíso? Dad limosna a los pobres, especialmente
cuando se trata de ayudar a la salvación de sus
almas. El(**Es17.69**))
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