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que en el café. Desgraciadamente falta dinero en
París. Don Bosco no ha podido hasta ahora realizar
más que la segunda parte de su programa. Ha
encontrado en Ménilmontant dos amplias salas y dos
patios. Una de las salas la ha dedicado a teatro.
Ha dividido la otra en varias aulas. El patio más
pequeño sirve de gimnasio. En el otro triscan los
jóvenes a sus anchas.
Allí están todos los días, de las ocho a las
diez de la tarde, el sacerdote Bellamy, nombrado
director de la casa, otros dos sacerdotes que le
ayudan, más un arquitecto, un médico y dos
estudiantes de derecho que dan clases de lengua
francesa, de matemáticas, de canto, de dibujo, de
higiene, de derecho común, etc.
El jueves y el domingo la casa está abierta
desde el mediodía hasta medianoche. Allí hacen lo
que les apetece. Mientras unos practican la
gimnasia, otros juegan a la barra o al dominó. En
fin, todos están en su casa, en una gran casa
donde no hay una puerta interior cerrada.
Con todos los objetos que se pueden recoger o
comprar se organiza una tómbola, cuyos boletos se
pagan con puntos. Los premios consisten en prendas
de vestir, herramientas, libros buenos.
Algunos jóvenes ensayan una comedia en una de
las clases; en otra se prepara el vestuario y el
attrezzo.
El teatro está abierto cada domingo para los
padres; son precisamente ellos quienes han pagado
hasta el presente los mayores gastos de la casa.
Los padres pagan veinticinco céntimos por asiento
o setenta y cinco por familia. No se representan
más que piezas cómicas, antiguas obras de las que
se han podido eliminar los papeles de mujer. El
teatro ha llegado a dar cabida hasta a
cuatrocientas personas.
Con una innovación que honra muchísimo a don
Bosco, los tres sacerdotes que viven en la casa
están allí más bien a título de conservadores que
de directores. Los chicos lo hacen todo, ellos
administran, ellos mandan y así aprenden a ser
hombres. Hacen por turno de porteros, revisores,
cajeros, administradores, etc.
En Ménilmontant no hay escuela comunitaria. Hay
que hacer hincapié en este punto. Son los mismos
jóvenes de las escuelas seculares los que componen
el personal de la escuela salesiana. Doce de ellos
pertenecen a los grupos escolares. El abate
Bellamy no ejerce ninguna presión. Recibe al que
se presenta. Incluso prefiere que le lleven
muchachos difíciles. Pretende llegar pronto, con
este sistema de libertad y camaradería, a
transformarlos completamente.
Una vez, en Turín, don Bosco pidió permiso para
dejar salir, desde por la mañana hasta la tarde, a
los trescientos cincuenta jóvenes detenidos en el
correccional.
-Quiero, dijo, llevarlos de paseo a la casa de
campo real de Stupinigi.
Se le creyó loco. Fue a ver a Rattazzi,
entonces Ministro de Gobernación, y pidióle con
ardor el permiso. Por fin aquél consintió.
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-Pondré, le dijo, cincuenta policías en cabeza,
otros tantos a derecha e izquierda. Y cincuenta
mas cerrarán la marcha.
-No quiero ni un soldado, contestó don Bosco;
respondo yo de ellos.
Tanto dijo que le concedió el permiso.
Imposible calcular la alegría de los
trescientos cincuenta detenidos, cuando vieron
abrirse las puertas de la cárcel. Pero don Bosco
les había hablado. Le siguieron por la ciudad,
como un rebaño de corderos sigue al pastor. Aunque
los corderos tienen un perro que los lleva a raya,
a don Bosco no le ayudaba ni un policía. Al caer
de la tarde regresaron los jóvenes y no faltaba ni
uno a la lista. Es así como este venerable
sacerdote entiende la educación. Tiene ahora
setenta años. Ha superado, pues, la edad de la
experiencia. Considera a los niños como hombres.
El hecho que hemos
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