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CARTA DE DON JOSE FAGNANO A DON
BOSCO
Muy querido don Bosco:
Deo gratias. El Señor nos ha visitado,
permitiendo una persecución muy seria contra
nosotros y la Congregación y, sólo en estos días,
parece que nos quiere consolar calmándola. Digo
parece, porque, tal vez, podrá hacerse más cruda,
siendo nosotros el blanco de las iras del
Gobierno. Don Domingo Milanesio ya le ha escrito;
pero no será inútil que yo le cuente, en
compendio, lo sucedido.
Tenemos dos parroquias que administrar y cuatro
colegios que dirigir. Una parroquia y dos colegios
en Carmen de Patagones, población situada en la
orilla izquierda del Río Negro, perteneciente a la
provincia de Buenos Aires, de la que fui nombrado
párroco en 1880. Uno de los locales destinados a
colegio está actualmente alquilado.
La otra parroquia y los otros dos colegios
están en Viedma, capital del territorio de
Patagonia, que se halla en la orilla derecha del
Río Negro; depende directamente del Gobierno de la
República, representado por el Gobernador, que hoy
es el general Winter. El padre Rizzo, primero, y,
después, don Domingo Milanesio fueron nombrados
párrocos de esta parroquia por el Arzobispo,
monseñor Federico Aneyros, y eran, al mismo
tiempo, Capellanes del Gobernador. Yo había
obtenido del general Winter la licencia para
mandar a misionar a don Domingo Milanesio, dejando
en la población un sacerdote, que hiciera sus
veces; tanto más cuanto que me había dicho el
general que deseaba entenderse conmigo en cuanto
al servicio.
Así estaban las cosas cuando, el día 12 de
abril de 1884, se incendió la iglesia de Viedma.
Me dijo el general, disgustado, que la negligencia
de los Padres había ocasionado el incendio. Para
aplacar un poco su indignación, alejé a don José
María Beauvoir, quien, por otra parte, me había
pedido ir a Buenos Aires. El general fue a Buenos
Aires en julio y volvió en septiembre y, en su
ausencia, se agitó la cuestión religiosa. Imbuído
en falsos principios y empujado por los periódicos
del Gobierno, buscaba motivos para entablar pleito
con nosotros. El día siete de septiembre, don
Domingo Milanesio se opuso a las pretensiones de
la señora del Gobernador y, aquella misma tarde,
era licenciado del cargo de capellán del gobierno.
El día nueve se apoderó el Gobernador de la
iglesia parroquial de Viedma y secuestró los
ornamentos y vasos sagrados, mandando que salieran
de ella los misioneros. Aquel mismo día, tuve una
entrevista con el Gobernador, el cual olvidado de
su dignidad y de la amistad que varias veces me
había demostrado, se enfureció, profirió palabras
violentas y groseras contra don Domingo Milanesio
y don José María Beauvoir. No pudiendo calmarlo,
me retiré y obligué a don Domingo Milanesio a
retirarse a la casa de Patagones, donde el
Gobernador no puede ejercer ninguna autoridad.
Entretanto, don Raimundo Daniele y don Andrés
Pestarino seguían celebrando las funciones
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parroquiales en la capilla de las hermanas de
Viedma, donde habían comenzado a hacerlo el día
doce de abril.
Al cabo de unos veinte días, don Domingo
Milanesio partió para una misión y, como era
frontera militar, debía pedir licencia al general.
Lo hizo en parte, porque sólo la pidió para
Pringles, a ochenta kilómetros de Patagones, pero
siguió más adelante sus excursiones apostólicas.
Tan pronto como lo supo el Gobernador, que es
también jefe de la frontera militar, dio orden
terminante de que se le hiciese volver atrás y se
le prohibiese ejercer el sagrado ministerio.
Cuando don Domingo Milanesio
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