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((**Es17.654**) B CARTA DE DON DOMINGO MILANESIO A DON BOSCO Amadísimo Padre: En América, estamos a menudo afligidos por el estado de su salud. Bien es verdad que las últimas noticias fueron buenas, pero la misma lejanía contribuye a aumentar nuestros temores. Aquí rezamos por usted y por la salud de los otros Superiores para que el Señor nos los conserve siempre sanos y santos. Creo que le gustará saber detalles de la misión que di últimamente en Patagonia. Se extrañará, sin duda, de mi tardanza. Ello se debe a la vacilación del espíritu, que me dominó algunos meses, sobre si debía escribirle o no. ((**It17.756**)) Pero una carta, que me escribió el muy reverendo don Miguel Rúa, me decidió a tomar la pluma y escribir la presente para darle noticias de Patagonia. En la relación enviada me abstuve de exponer la causa que originó los trastornos que narraba en ella. Es, a mi entender, la Divina Providencia, que nos quiere y permite un poco de guerra contra nuestra Misión, para corregir algunas imperfecciones o imprudencias nuestras. La causa, en resumen, fue que Viedma ve con malos ojos el estar sujeta a Patagones y, aunque en realidad no sea así, cualquier sombra les parece una realidad. Ahora resultaba un indicio de malos augurios el continuo ir y venir de Viedma a Patagones y viceversa y, a menudo, por cosas insignificantes como serían las bagatelas de cocina y de lencería. Añádase a esto el habérseme impuesto renunciar a la parroquia, lo cual, si era laudable por una parte, ya que me dejaba libre para ir a misionar por el campo, pecaba de imprudencia por la otra, pues no se presentó a la Curia Eclesiástica mi renuncia para el nombramiento de otro párroco. Por lo cual desde el mes de abril de 1883 en adelante no hubo párroco en Viedma, sino un sacerdote de la Congregación que hacía las veces. Sucedió la desgracia de que se incendiara la iglesia en la noche del Jueves Santo del año pasado. Don José Beauvoir se retiró a Buenos Aires y don José Fagnano asumió la dirección completa de la parroquia. Esto encendió todavía más los ánimos ya excitados y dio el golpe de gracia. Cada vez que yo volvía de la misión, iba por orden del Superior a visitar al Gobernador, en calidad de capellán de la gobernación. En sus conversaciones siempre me manifestaba el disgusto que experimentaba, por salirme de los límites del territorio sin su permiso. Una vez me prometió poner a mi disposición soldados, caballos, y también un vaporcito para trasladarme a diversos puntos para dar la misión, a condición de que estuviese a sus órdenes. Refería yo todo esto al superior y me contestaba que no debía hacer caso de ello, sino obedecerle a él. Desde entonces, comprendí que yo no iba a salir libre de aquella encrucijada. En efecto, al ver el Gobernador que era inútil todo intento, comenzó a tenerme entre ojos y declararse enemigo mío. Al morir el general Conrado Villega, fue elegido el señor Lorenzo Winter por el Gobierno como encargado general de las fuerzas acantonadas en la frontera de Patagonia y el territorio nacional, con lo cual tenía en sus manos nuevos medios para vengarse de los Salesianos y someter por la fuerza a los que no había podido doblegar con la palabra. El año pasado, estaba yo con monseñor Espinosa en Norquín, a doscientas diez leguas de Patagones, cuando él recibió una carta del Señor Arzobispo en la que le (**Es17.654**))
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