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B
CARTA DE DON DOMINGO MILANESIO A DON
BOSCO
Amadísimo Padre:
En América, estamos a menudo afligidos por el
estado de su salud. Bien es verdad que las últimas
noticias fueron buenas, pero la misma lejanía
contribuye a aumentar nuestros temores. Aquí
rezamos por usted y por la salud de los otros
Superiores para que el Señor nos los conserve
siempre sanos y santos.
Creo que le gustará saber detalles de la misión
que di últimamente en Patagonia. Se extrañará, sin
duda, de mi tardanza. Ello se debe a la vacilación
del espíritu, que me dominó algunos meses, sobre
si debía escribirle o no.
((**It17.756**)) Pero
una carta, que me escribió el muy reverendo don
Miguel Rúa, me decidió a tomar la pluma y escribir
la presente para darle noticias de Patagonia.
En la relación enviada me abstuve de exponer la
causa que originó los trastornos que narraba en
ella. Es, a mi entender, la Divina Providencia,
que nos quiere y permite un poco de guerra contra
nuestra Misión, para corregir algunas
imperfecciones o imprudencias nuestras. La causa,
en resumen, fue que Viedma ve con malos ojos el
estar sujeta a Patagones y, aunque en realidad no
sea así, cualquier sombra les parece una realidad.
Ahora resultaba un indicio de malos augurios el
continuo ir y venir de Viedma a Patagones y
viceversa y, a menudo, por cosas insignificantes
como serían las bagatelas de cocina y de lencería.
Añádase a esto el habérseme impuesto renunciar a
la parroquia, lo cual, si era laudable por una
parte, ya que me dejaba libre para ir a misionar
por el campo, pecaba de imprudencia por la otra,
pues no se presentó a la Curia Eclesiástica mi
renuncia para el nombramiento de otro párroco. Por
lo cual desde el mes de abril de 1883 en adelante
no hubo párroco en Viedma, sino un sacerdote de la
Congregación que hacía las veces. Sucedió la
desgracia de que se incendiara la iglesia en la
noche del Jueves Santo del año pasado. Don José
Beauvoir se retiró a Buenos Aires y don José
Fagnano asumió la dirección completa de la
parroquia. Esto encendió todavía más los ánimos ya
excitados y dio el golpe de gracia. Cada vez que
yo volvía de la misión, iba por orden del Superior
a visitar al Gobernador, en calidad de capellán de
la gobernación. En sus conversaciones siempre me
manifestaba el disgusto que experimentaba, por
salirme de los límites del territorio sin su
permiso. Una vez me prometió poner a mi
disposición soldados, caballos, y también un
vaporcito para trasladarme a diversos puntos para
dar la misión, a condición de que estuviese a sus
órdenes. Refería yo todo esto al superior y me
contestaba que no debía hacer caso de ello, sino
obedecerle a él. Desde entonces, comprendí que yo
no iba a salir libre de aquella encrucijada. En
efecto, al ver el Gobernador que era inútil todo
intento, comenzó a tenerme entre ojos y declararse
enemigo mío.
Al morir el general Conrado Villega, fue
elegido el señor Lorenzo Winter por el Gobierno
como encargado general de las fuerzas acantonadas
en la frontera de Patagonia y el territorio
nacional, con lo cual tenía en sus manos nuevos
medios para vengarse de los Salesianos y someter
por la fuerza a los que no había podido doblegar
con la palabra.
El año pasado, estaba yo con monseñor Espinosa
en Norquín, a doscientas diez leguas de Patagones,
cuando él recibió una carta del Señor Arzobispo en
la que le
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