((**Es17.65**)
-Comience en buena hora, pero piense que don
Bosco no tiene dinero.
Al día siguiente, presentóse Levrot con su
maestro de obras; trazó los planos, envió
tablones, pies derechos y puentes para los
andamios, y a continuación materiales y obreros.
Se empezaron así las obras y, al cabo de unos
meses, el edificio tenía un piso más para
dormitorios y se levantaba una amplia capilla.
Cuando todo estuvo concluido, ((**It17.65**)) dijo
Levrot al Director:
->>Ve usted cómo se ha hecho la ampliación sin
gastos?
El gasto se había hecho; pero el generoso señor
lo había pagado de su bolsillo.
En Sampierdarena hizo una parada relativamente
larga, con gran satisfacción de superiores y
alumnos. Los muchachos habían hecho tres días
enteros de adoración perpetua ante el Santísimo
Sacramento por su curación; por eso, como había
una mejoría, se celebró una gran fiesta el seis de
abril, domingo de Ramos. Tomaron parte en la
comida algunas señoras francesas. Habían buscado a
don Bosco en Marsella, en Cannes y en Niza.
Mientras ellas bajaban de un tren, don Bosco
partía en otro para Italia. Sin acobardarse,
fueron tras él hasta Alassio, pero tampoco lo
alcanzaron. Por fin, pudieron verle y hablar
cómodamente con él en Sampierdarena. Desde allí,
se le adelantaron hasta Roma, donde permanecieron
un mes, visitándole casi a diario.
Conversando don Bosco con sus hijos de
Sampierdarena y tratando de los ejercicios
espirituales de los muchachos, dijo:
-En nuestras casas e iglesias, es preferible
llamar siempre para predicar los ejercicios de los
nuestros a Salesianos, aun cuando sean mediocres
en el ministerio de la palabra, mejor que a
predicadores óptimos que no pertenezcan a nuestra
Congregación. Es más, los mejores predicadores, si
son extraños, ganan la estimación para sí mismos
y, si son religiosos, la ganan para su orden y
hacen perder a los muchachos el aprecio que tienen
de nosotros. Además, éstos no tienen nuestro
espíritu, por muy santos y doctos que sean.
Invítense, pues, lo menos posible. Por esta razón,
los jesuitas no permiten que prediquen en sus
iglesias más que sus hermanos.
El itinerario de don Bosco comportaba un nuevo
viaje a Roma. Desde Francia había mandado escribir
dos veces a don Miguel Rúa para que le dijese
quién creía era conveniente que lo acompañara, si
el secretario don Joaquín Berto o algún otro. No
sabemos cuál fue el parecer de don Miguel Rúa;
pero el Santo hizo que don Juan Bautista Lemoyne
se quedara en Sampierdanera para este fin.
((**It17.66**)) Pero
su(**Es17.65**))
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