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ojos, para entregarlo seguidamente en pliegos
inmaculados a los jóvenes impresores. Estos han
compuesto ya la plancha de impresión con
caracteres hechos, cerquita de ellos, por sus
compañeros de la fundición tipográfica; someten el
pliego a la acción de la prensa y lo pasan al
encuadernador, que lo dobla, lo cose y, en
conclusión, forma un libro cubierto con tafilete y
lo pasa al dorador; éste entrega, por último, al
librero un magnífico volumen con los cortes
dorados y artísticamente decorado con los más
graciosos filetes de oro.
Se imprimía entonces una magnífica edición de
Fabiola, con numerosos y finísimos grabados, cuya
ejecución no dejaba nada que desear. Yo estaba
estupefacto; aquel encantador conjunto, aquella
embelesadora síntesis del trabajo y la confección
rápida y económica que permite obtener, sin mermar
la perfección del producto, es, sin duda alguna,
lo más interesante que yo he visto y lo más útil
en la exposición de Turín; éste será mi mejor e
incluso, tal vez, mi único recuerdo.
Don Bosco ha demostrado al mundo que la Iglesia
y el sacerdocio no son los enemigos, sino al
contrario los mejores amigos de la sana
civilización y del verdadero progreso.
Compendio mi viaje y mis impresiones en este
único pensamiento que expresaba al principio de la
carta. He visto lo que Dios ha hecho por medio de
don Bosco: Dios ha otorgado sus bendiciones y su
gracia: don Bosco, la cooperación de su abnegación
caritativa e inteligente. Don Bosco no tenía más
capital que a su pobre madre, a quien debía los
generosos ardores de su noble corazón, un viejo
reloj, regalo de la caridad de un amigo, unos
céntimos y su celo.
Reciba, querido amigo, mis palabras de gratitud
por su buena recomendación ante don Bosco y la
expresión de mis más afectuosos sentimientos en J.
C. Nuestro Señor.
Su amigo, que se honra al ser ahora
Un
Cooperador Salesiano
(Bull. Sal., dic.1884)
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Protesta de don Juan Cagliero y de don
José Fagnano
por la conversión de los bienes de
Propaganda.
Eminentísimo Príncipe:
Clama, ne cesses et quasi tuba exalta vocem
tuam (Isaías 58, 1), dijo el Señor a su siervo:
<>, reclama sin descanso los derechos del
cielo sobre la tierra, de la justicia sobre la
iniquidad, de la razón sobre la fuerza. <>, el Vicario de Jesucristo, el
gran Profeta, el Romano Pontífice, vengador de los
derechos divinos y humanos de la Iglesia de
Jesucristo, ha levantado repetidas veces el grito
de protesta contra sus inicuos expoliadores,
contra los opresores de su libertad, los
dilapidadores del patrimonio eclesiástico. Esta
voz resonó últimamente más fuerte que nunca,
suscitando mil y mil veces más enérgica en todo el
mundo la protesta contra la sacrílega sentencia
con la que el tribunal de casación, haciéndose
como árbitro del universo, en Roma, centro del
mundo católico,
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